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Adriana Varela, la tanguera que canta el rock como ninguna

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La intérprete encaró en Avellaneda, su nuevo álbum, versiones de Los Redondos, Charly García y Spinetta.

Adriana Varela, la tanguera que canta el rock como ninguna

[vc_row][vc_column][vc_column_text]La intérprete encaró en Avellaneda, su nuevo álbum, versiones de Los Redondos, Charly García y Spinetta.[/vc_column_text][vc_single_image image=”146651″ img_size=”full” alignment=”center”][vc_column_text]“Ahora que todos quieren cantar tangos, yo saco un disco de rock, y cuando nadie cantaba tangos, yo empecé a cantarlos”. La voz de Adriana Varela se espesa a medida que sale de su boca y queda flotando en el ambiente como si fuera el humo de una fábrica en Avellaneda, nombre que le dio a su nuevo álbum de versiones rockeras. Hay un salto cuántico entre aquel disco debut que grabó en 1993, en que cantaba con voz de tango: “Fui como una lluvia de cenizas y fatigas, en las horas resignadas de tu vida”, y este nuevo álbum de 2017 en que frasea con espíritu punk aquello de “El futuro llegó hace rato, todo un palo, ya lo ves”.

Sin embargo, en su primer disco, Maquillaje, ya había un guiño al rock.Lo grabó con Litto Nebbia, padre fundacional del rock argentino, a través del sello Melopea. En el repertorio había tangos como “Fuimos”, “Soledad”, “Afiches”, y el bonus track de “Un vestido y un amor”, de Fito Páez , una canción más cercana a su generación. Tenía 31 años.[/vc_column_text][vc_column_text]Adriana Varela mantiene ese espíritu rebelde y desprejuiciado que funciona como nexo entre su debut tanguero y el presente rockero interpretando otra lírica urbana. “Con el Polaco Goyeneche siempre hablábamos de lenguaje, no de música -afirma Varela-. De mi esencia vívida y apasionada sale esta forma de cantar para que me entiendan siempre la letra”.

Venticuatro años después de ese álbum debut, se sigue tratando del lenguaje de una generación y no de una música. Editó Avellaneda, producido artísticamente por su hijo Rafael Varela, una joya de catálogo dentro de su discografía y a la vez una rara avis para su repertorio tanguero. El disco remite a su barrio y su vínculo de la adolescencia con una lírica urbana que le cala perfectamente a su voz en las versiones que estampa de “Avellaneda blues”, de Manal; el dúo con Mollo en “Todo es hielo en mi ciudad”, de Almendra; el ambiente noctámbulo que logra en “La despedida”, con Fito Páez al piano; la subyugante veta pop que consigue en “Adiós”, de Cerati, y hasta la oscura gravedad de “Todo un palo”, de Los Redondos, y “Mañana en el Abasto”, de Sumo.

“Lo que me alucina es que en los noventa no escuchábamos un puto tango -recuerda ahora Varela-. Yo empecé a cantar tangos por la película Sur y todos pensaban que me había brotado. Realmente me enamoré del tango porque hablaba de una Buenos Aires que yo no conocí. Ahora sentí que tenía que homenajear a mis pares, a los poetas argentinos rockeros de mi generación, a quienes cuando no cantaba los escuchaba”, confiesa.

-¿Qué cosas del tango encontrás en estos poetas de rock?

-Todo.

La habitación de Adriana Varela parece el de una estrella de rock. Un espejo rodeado de lamparitas blancas podría funcionar como un camarín personal. Tres cigarrillos sin prender sobre la mesa de luz son el destino para esa voz de tabaco. Un pequeño muñequito de Michael Jackson que le regaló su hermano resalta sobre una cómoda. Este es su refugio. Lo era incluso cuando sus dos hijos más chicos le golpeaban la puerta. “Siempre tenía que esconder alguno debajo de la cama”, dice. Varela tiene calle y rocanrol en su vida. Pero no es una estrella del rock, sino del tango. Se abrió paso en un mundo y un ambiente de varones. El Polaco Goyeneche la adoptó como su ahijada artística y Enrique Cadícamo compartió sus tesoros tangueros con ella. Cacho Castaña le dedicó el tango “La Gata Varela” y el escritor español Vásquez Montalbán la incluyó en una de sus novelas. “Igual a mí siempre me viene a ver la gente joven”, desmitifica.

El vínculo con el rock, que aparece en su nuevo proyecto, tiene raíces en su adolescencia. Adriana Varela creció en una casa de clase media, donde se cruzaban los ideales socialistas y las reivindicaciones peronistas. Su padre trabajaba en una empresa de químicos y su madre era docente en la Isla Maciel. “En mi casa no me podía hacer la gila. Los pobres existían”, recuerda. El mundo de Varela era ese paisaje suburbano de Avellaneda, donde circulaba por tertulias culturales y políticas con el rock como banda de sonido. “No era que odiábamos el tango. Era que no nos interesaba”, explica, como un fresco de época.

El primer impacto del rock lo tuvo a los doce años con los Beatles en una fiesta en el club Leones de Avellaneda. “Te juro que me agarró una cosa en el cuerpo entre angustia y desesperación cuando los escuché. Me rompieron la cabeza. Salía del colegio María Auxiliadora y corría hasta la vuelta de mi casa donde había un lugar que vendía sus singles. Me juntaba las moneditas y con mis amigas los escuchábamos de canuto en alguna casa”, rememora.

El segundo impacto fuerte lo recibió del rock nacional. En esa época Adriana ya tocaba el piano y había aprendido a cantar folklore en la guitarra. La música de Almendra le provocó un nuevo despertar musical. “La primera vez que lo vi a Luis (Alberto Spinetta), en blanco y negro, en la televisión, algo cambió. Era un flaco hermoso, anguloso, con unas lanas tremendas. Estaba cantando “Hoy todo es hielo en mi ciudad”. Fue el primer tema que escuché de Almendra. Ahí empezó el rock nacional en mi vida”, dice.

Adriana se convirtió en una seguidora de Vox Dei, Manal y Sui Generis . “Me iba a todos los lugares marginales donde tocaban. Estábamos ávidos de esa música y esas letras. Queríamos dejar la solemnidad de lado. Con mis amigas nos disfrazábamos. Íbamos a los shows con botas y capelinas. Hasta había una amiga que se ponía pestañas de cartón”, confiesa.

Ese gen rockero y psicodélico está latente en su forma de interpretar estas doce canciones, donde participaron Fito Páez , Pedro Aznar y Ricardo Mollo . El álbum Avellaneda se cocinó lentamente en el estudio de grabación de su hijo Rafael Varela, arreglador de los temas. Fue un proyecto de largo aliento, que se fue gestando entre los huecos de su gira, los altibajos anímicos de la cantante y la selección de un repertorio que se adecuara a su espíritu iconoclasta. “No quería caretear el rock. No soy Tina Turner”, dice.

El primer tema fue la versión de “Mañana en el Abasto”. “Mucho a Sumo no lo curtía, pero el tema es maravilloso. Me fui a la casa de Rafa y lo grabamos. Recuerdo que le decía a Rafa: «Yo no voy a dejar de cantar tangos». Al principio, me gustó el tránsito más que el resultado. Empezó como un experimento. Después nos lo tomamos muy en serio. No tiene nada que ver con nada. Eso era lo que quería para el disco. No quería un hilo conductor, como el disco de Fabi Cantilo. Quería que fuese ecléctico. Que estuviera el recuerdo a Hugo Midón, una canción italiana que les cantaba con la guitarra a mis hijos, los temas de Charly, Cerati, Miguel Abuelo y el Flaco. Que fuese yo”.

-¿Y cómo sos?

-Vaga y anarca. Hago lo que quiero. Para mí el arte no es la técnica. El Polaco me enseñó que los artistas somos vehículos para enseñarte algo más que la letra.[/vc_column_text][vc_facebook type=”button_count”][vc_tweetmeme][vc_column_text]

La Nación / vm.

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