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Alejandro Kuropatwa: El enfant terrible queer que retrató el rock nacional

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“Un artista de elite”, dijo Andrés Calamaro del fotógrafo que estuvo detrás de algunas imágenes icónicas de la escena local. Su trabajo podrá verse en la primera muestra presentada por Rolling Stone en el festival Buenos Aires Photo.

Alejandro Kuropatwa: El enfant terrible queer que retrató el rock nacional

[vc_row][vc_column][vc_column_text]”Un artista de elite”, dijo Andrés Calamaro del fotógrafo que estuvo detrás de algunas imágenes icónicas de la escena local. Su trabajo podrá verse en la primera muestra presentada por Rolling Stone en el festival Buenos Aires Photo.[/vc_column_text][vc_single_image image=”129087″ img_size=”full” alignment=”center”][vc_column_text]“El glamour que se supone que tiene la figura del rock & roll, que no es tan cierto, sobre todo en el criollo, él sí lo tenía. Y nos lo impregnaba a todos nosotros”, dijo Fito Páez del fotógrafo Alejandro Kuropatwa y sus retratos del rock nacional, que podrán verse del 7 al 10 de este mes en Kuropatwa x Rolling Stone, la primera muestra presentada por la revista en el marco del festival Buenos Aires Photo. Charly García en Cómo conseguir chicas, Gustavo Cerati en su despegue solista y Virus en su primer disco tras la muerte de Federico Moura, entre muchas otras, son algunas de las imágenes icónicas que dejó el prolífico artista fallecido en 2003.

La leyenda de Kuropatwa -un enfant terrible queer, hijo de una familia acaudalada dueña de una empresa farmacéutica- se funda en sus años de formación en la primera mitad de los 80 en el Fashion Institute of Technology y la Parsons School of Design en Nueva York. En ese período se había sumergido en la noche omnisexual de los míticos Danceteria y Studio 54, donde incluso había llegado a exponer sus fotos. Su naturaleza disruptiva se manifestaba tanto en sus atuendos extravagantes (a veces le gustaba usar polleras, otras montarse por completo) como en su obra: en Parsons le prohibieron exhibir una serie de fotos de modelos femeninas deliberadamente fuera de foco. “No puedo creer que no entiendan esto en Nueva York”, se quejaba en su momento.

Cuando decidió volver a Argentina, el sida ya había comenzado a cobrarse sus primeras víctimas. “Acá creían que Nueva York era discoteca, discoteca, discoteca”, dijo. “Pero en realidad era ambulancia, ambulancia, ambulancia.” Instalado en Buenos Aires, aprovechó sus estudios en moda y marketing para llevar adelante las campañas de la línea de cosméticos familiar –“Afortunadamente, estoy condenado a fotografiarlos”– mientras en simultáneo continuaba exploraciones que recorrerían toda su carrera: la forma femenina, las flores, los objetos individuales, la composición centrada, la persistencia en el detalle amplificado y una permanente búsqueda de la belleza.[/vc_column_text][vc_column_text][/vc_column_text][vc_media_grid grid_id=”vc_gid:1504706661914-631c1378-91bf-5″ include=”129089,129090,129091″][vc_column_text]El vínculo de Kuropatwa con la escena musical probablemente se haya consolidado gracias a sus generosas dotes de anfitrión. A finales de los 80, eran célebres las fastuosas fiestas en su estudio en el barrio de Congreso. Eran eventos imperdibles donde los rockeros se mezclaban con las figuras del teatro off, performers y artistas. “Era el centro de un grupo de hedonistas. El conducía la ceremonia. Juntaba a todos. Procuraba todo para que la noche tenga… lo que tenía que tener”, recordó Fito, que conoció una de esas noches a Cecilia Roth, años antes de que fueran pareja. “También era una persona muy seductora y agradable, desde chico”, dice Liliana, una de sus hermanas. “Encantaba a hombres y a mujeres por igual.” En febrero pasado, cuando Rolling Stone eligió una foto de Andrés Calamaro tomada por Kuropatwa para encabezar su viaje en el tiempo a través de 50 canciones, el músico definió al fotógrafo como “un artista de elite, la misma elite de Batato Barea y Fernando Noy”. Ya sea con Charly tirando flores al aire, o sus músicos maquillados y en vestidos rojos, cuando Kuropatwa retrataba el rock, lo hacía entrar en su órbita. Y no paró hasta mediados de la década siguiente.

Después de la revolución creativa de los 80, en 1998 escribió: “En los 90 no sentí nada. Ya no había pasión, hacía mis cosas y nada más, discotecas y vodka”. Lo cierto es que su producción fue bien recibida, y tan intensa como su cuerpo y estilo de vida se lo permitieron (recibió el Premio Konex a la fotografía en 1992). En 1996, con su salud muy deteriorada tras más de una década de vivir con VIH, viajó a Estados Unidos a someterse al nuevo tratamiento de la enfermedad anunciado en la XI Conferencia Mundial sobre Sida. De esos tres meses de internación salió Cóctel, una exposición presentada ese mismo año en la que clava el ojo en los detalles de su medicación, como los gránulos de las cápsulas. “Lo que yo mostraba es el horror dentro de un marco bello. No lo hice punk. Sentí que había que mostrar algo muy sutil”, dijo. Cóctel fue un éxito y renovó el propósito de Kuropatwa. Con su salud recuperada, al año siguiente publicó una solicitada instando al gobierno a administrar y distribuir correctamente los recursos para el tratamiento. Hasta su muerte en 2003, debido a una cirrosis, persistió en la visibilización de la lucha contra el sida, un rol activista que está entre lo más valioso de su expansivo legado.

‘Kuropatwa x Rolling Stone’ se verá del 7 al 10 de este mes en Buenos Aires Photo, pabellón 8 de La Rural.[/vc_column_text][vc_facebook type=”button_count”][vc_tweetmeme][vc_column_text]Rolling Stone / vm.[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row]

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