[vc_row][vc_column][vc_single_image image=”127761″ img_size=”full” alignment=”center”][vc_column_text]Quizá en alguna ocasión haya coincidido que, paseando por algún bosque o zona poblada de árboles, hayamos mirado hacia arriba y visto, para nuestra sorpresa, que las ramas y las hojas de los árboles habían crecido pero sin cubrirlo todo, sin tocarse las ramas y hojas de los diferentes árboles entre ellas, como si se tratase de un techo fragmentado, con la luz colándose entre esas grietas como dejadas al azar, o con un propósito que aun está por ser descubierto.
Científicos de diversas disciplinas llevan desde los primeros compases del siglo XX cuestionándose qué provoca este fenómeno conocido como “timidez entre árboles”. Por algún motivo, en ciertas especies de árboles las copas crecen sin nunca tocarse, con lo cual se forma un dosel con brechas. Se sabe que esta timidez ocurre entre los eucaliptos, la conífera Pícea de Sitka (natural de Sitka, Alaska) y el alerce del Japón, entre otras especies, tanto entre sí como en combinación con otros árboles.
[/vc_column_text][vc_media_grid grid_id=”vc_gid:1504179070135-7e268204-147d-6″ include=”127762,127763,127764″][vc_column_text]Se ha dicho, por ejemplo, que esas grietas son el resultado de una “poda recíproca” entre los árboles, particularmente en zonas de vientos fuertes; también se cree que las grietas entre las copas permiten el paso de luz necesaria para otras plantas que crecen al pie de los árboles. Hasta ahora, la explicación más convincente es que las fragmentaciones en el dosel natural que forman las copas previenen la proliferación de ciertas especies de insectos nocivas para los árboles.
Sea como fuere, estéticamente se trata de un fenómeno muy admirable, sobre todo tomando en cuenta que su formación es del todo natural, o como si existiese una dirección artística en la improbabilidad propia de la creación del mundo.[/vc_column_text][vc_facebook type=”button_count”][vc_tweetmeme][vc_column_text]Cultura Inquieta / vm.[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row]
