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Treinta años sin Luca: el huracán italiano que revolucionó el rock argentino

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Mañana se cumplirán 30 años de la muerte de Luca Prodan, pero también la del joven que estudió con el príncipe Carlos, se escapó a Londres y allí recibió en la mandíbula el golpe de KO del punk.

Treinta años sin Luca: el huracán italiano que revolucionó el rock argentino

[vc_row][vc_column][vc_column_text]Mañana se cumplirán 30 años de la muerte de Luca Prodan, pero también la del joven que estudió con el príncipe Carlos, se escapó a Londres y allí recibió en la mandíbula el golpe de KO del punk.[/vc_column_text][vc_media_grid grid_id=”vc_gid:1513864457138-86b44802-06a4-2″ include=”151099,151100,151101″][vc_column_text]BUENOS AIRES. Como Randle Patrick McMurphy en Atrapado sin salida, Luca Prodan pateó el hormiguero y destrabó unos cuantos “baleros” del rock argentino de los 80. Nuestro país no estaba tan lejos de aquel manicomio represivo en donde Jack Nicholson encabeza una pequeña revolución.

La analogía pertenece a Andrea Prodan, hermano menor de Luca, y es el mejor modo de graficar el impacto que aún provoca asombro, sostiene la leyenda y suena vigente en los discos de Sumo, la banda que Luca creó de la nada cuando eligió las sierras cordobesas para iniciar su última fuga.

Al abrir la coraza que blinda al mito, surge una historia dolorosa en donde el hilo conductor es la fuga permanente y la necesidad casi desesperada por recibir afecto. No es cierto que la familia Prodan perteneciera a la aristocracia italiana, sí que tenía modales algo esnobs como para enviar a dos de sus hijos a colegios británicos en donde compartían claustros con los herederos de la nobleza británica (como el príncipe Carlos).

Los datos biográficos no mienten en cuanto al espíritu aventurero que caracterizó a los Prodan, incluso antes de Luca: en China, Mario Prodan, eminencia en arte oriental, conoció a Cecilia Pollock; tuvieron dos hijas, Michela y Claudia, y juntos pasaron varias años en un campo de concentración japonés durante la Segunda Guerra Mundial. La experiencia traumática dejó huellas y el final del conflicto bélico los condujo casi por casualidad a Roma. Allí nació Luca en 1953 y ocho años después Andrea.

En la capital italiana, el papá de Luca recuperó su negocio de antigüedades que tenía como clientes a reyes, duques y gente del espectáculo como Christopher Lee. El cambio de continente no aplacó el espíritu inquieto de Mario, que podía poner en riesgo su patrimonio invirtiendo en proyectos poco rentables como una película, Una croce senza nome (1952).

Entre los decorados de Cinecittà -Mario era muy amigo de Fellini y Rosellini- y el ruido de la bulliciosa capital romana, Luca vivió sus mejores días. Todo cambió a sus 9 años, cuando lo inscribieron en Gordonstoun, un prestigioso colegio escocés marcado por una rígida disciplina cuasi militar: los retos físicos eran el centro de la construcción del carácter, las pruebas iban desde la vestimenta de los niños (pantalones cortos) hasta las condiciones habitacionales (ventanas siempre abiertas en los lúgubres dormitorios); el día comenzaba con una salida a correr antes del desayuno, seguida de un ducha con agua helada.

En Escocia, Luca se formó y se reveló contra el mandato familiar. Se escapó del colegio, pasó una temporada en la cárcel por posesión de hachís y se negó a cumplir el servicio militar italiano. La fuga continuó cuando la heroína empieza a marcar su tiempo de descuento y lo trae a la Argentina tras varias temporadas en Londres, capacitándose como especialista en zafar de un destino trágico como el coma hepático que, en 1979, casi se lo lleva al otro mundo.

En la capital inglesa asistió a los mejores conciertos que puede soñar un melómano argentino, de Frank Zappa a Van der Graaf Generator; de Sex Pistols y The Clash a Bob Marley. Con esa información y muchos discos llegó a Ezeiza en el otoño de 1980.

La idea inicial era dedicarse a negocios agropecuarios, ya que su amigo Timmy Mackern, con el que había compartido el colegio en Escocia, vivía en las sierras cordobesas. Ni pensaba en armar una banda pero, al poco tiempo, notó que había una hendija por donde continuar su carrera como músico que había comenzado en Londres de un de modo amateur.

Volvió a Inglaterra, vendió su departamento y con ese dinero compró equipos, instrumentos y convenció a su amiga Stephanie Nuttall, una baterista oriunda de Manchester, para que viniera a la Argentina y se sumara a una banda que ya contaba con dos músicos inexpertos, Alejandro Sokol y Germán Daffunchio. Así comenzó Sumo casi con lo puesto y provisto de un aliado fundamental: una portaestudio Yamaha MT 120 de cuatro canales que Luca bautizó con el nombre de Lázaro.

Desde el vamos, Luca agitó los principios básicos de la escena londinense post-punk: mucha desinhibición, provocación y ataque permanente a la escena porteña, que por aquella época todavía veneraba la perfección del jazz-rock y la desmesura del rock progresivo.

Es cierto que a la par surgieron bandas como Virus, Soda Stereo, Los Abuelos de la Nada y Los Violadores, que también proponían un cambio estético, pero Sumo siempre fue mucho más salvaje y directo. Tanto en vivo como en sus discos iba más allá de lo permitido: podía mezclar reggae, punk, dark y funk blanco sin perder su esencia rockera.

Los primeros tiempos tuvieron los avatares de toda banda nueva, pero los planes se complicaron el 2 de abril de 1982. El guión imposible adquirió niveles impensados: Luca cantaba en inglés y el país que eligió como refugio terminó envuelto en una guerra sin sentido con el reino que lo había educado.

Stephanie regresó a Inglaterra y Sumo se reinventó, primero con el ingreso de Diego Arnedo y luego con el de Roberto Pettinato. La formación se completó con “Superman” Troglio y Ricardo Mollo. A pesar de las trabas y los prejuicios, el grupo cimentó su leyenda under tocando en cuanto escenario pudiese. Cantar en inglés le restó tres años al debut discográfico que recién llegó en 1985, con Divididos por la felicidad.

Como un ser anfibio, Luca manejaba dos planes de notoriedad: el que aparecía en las entrevistas lo mostraba como una personalidad atrayente que solía hostigar a sus colegas, algo muy común en medios británicos como New Musical Express o Melody Maker, pero inusual aquí. Lo hacía para publicitar a Sumo y marcar diferencias, pero cuando compartía momentos con músicos de otras bandas aparecía su costado divertido, culto y para nada belicoso.

Algo que le ganó el cariño de Skay y la Negra Poli, que lo llevaron a cantar con Los Redondos en un festival realizado en el Polideportivo de La Plata, el 21 de septiembre de 1982, en esa ocasión para reemplazar al Indio Solari que puso en práctica el postulado ricotero de tocar “solos y de noche”.

Es imposible trasladar el momento de Sumo a la actualidad, pero algo del espíritu “Do It Yourself” (hazlo tú mismo) que practicaba Luca está vigente en algunos de los mejores ejemplos del rock independiente y también en las bandas de los ex Sumo.

Tanto Divididos como Las Pelotas se quedaron con ese toque divino que no terminaba en la música: amigos, novias y allegados confiesan haber recibido una bendición laica que los marcó para siempre: libertad, condición suprema que Luca pudo experimentar en esa sobrevida argentina de siete años.[/vc_column_text][vc_facebook type=”button_count”][vc_tweetmeme][vc_column_text]

La Nación

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