[vc_row][vc_column][vc_column_text]”Auge y caída” retoma el sentido primario de la ópera en tres actos de Weill y Brecht, presentada esta vez en forma completa y sostenida por dos elencos de jerarquía.[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column][vc_single_image image=”126868″ img_size=”full” alignment=”center”][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column][vc_column_text]Como toda representación que se propone -alegoría mediante- una lectura mordaz de la sociedad contemporánea, “Ascenso y caída de la ciudad de Mahagonny” (1930) asume el riesgo de proyectar la intención retórica demasiado cerca o demasiado lejos y, así, identificarse -según en uno u otro caso- con la obviedad o con el desborde hermenéutico; y sin embargo la puesta de Marcelo Lombardero, que se interpreta en el Teatro Colón, sobrevive –y hasta consigue méritos- en esa dificultad.

Sobre esos precipicios transita el trabajo de Lombardero, que aparece como el regisseur ideal para esa tarea porque, por un lado, lleva años encarando el trabajo colaborativo entre Kurt Weill y Bertolt Brecht –en sus distintos formatos musicales- y, por otro, porque el temperamento de la obra se acomoda a su posición de beligerancia sobre la forma de asumir el oficio de director lírico en este tiempo.

Así fue que Lombardero ha expresado, desde diferentes espacios y roles, una mirada autorreflexiva y crítica sobre la actualidad operística y que, al fin de cuentas, pone en entredicho las formas de pensar este formato por parte de los propios realizadores. En su visión, no se trata de herramientas de marketing –que pueden estar o no- o de una colección de novedades forzadas sobre esta concepción del espectáculo, sino, simplemente, de ofrecer buena ópera, con su complejidad, con su exigencia, y sin aplanar ninguna propuesta prefigurando la imposibilidad de su goce. (Mariano Suárez, TÉLAM)

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