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Una mujer con todo el poder y las demás, relegadas

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Así es la paradoja alemana. Pese a la imagen que proyecta el país por el fuerte liderazgo de Merkel, persisten serias desigualdades de género.

Una mujer con todo el poder y las demás, relegadas

[vc_row][vc_column][vc_column_text]Así es la paradoja alemana. Pese a la imagen que proyecta el país por el fuerte liderazgo de Merkel, persisten serias desigualdades de género.[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column][vc_single_image image=”131226″ img_size=”full” alignment=”center”][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column][vc_column_text]Cuando Angela Merkel fue elegida canciller de Alemania por primera vez, en 2005, Kristin Auf der Masch tenía nueve años, y lo cierto es que no tiene recuerdos de su país gobernado por un hombre.

Ahora Kristin tiene 21 años y es pasante en una empresa de energía eólica de esta ciudad del noroeste alemán. Y si bien le cuesta imaginar a un canciller hombre, le resulta igual de imposible imaginarse una mujer jefa.

“Hay muchas mujeres en mi nivel, y después está Angela Merkel -dijo Kristin durante un reciente debate en su aula de clases sobre las elecciones que se celebrarán el 24 de septiembre, en las que se espera que Merkel obtenga su cuarto mandato-. En el medio, no hay mujeres.”

Alemania, que ha sido liderada durante 12 años por la mujer más poderosa del mundo, tiene un problema de igualdad de género.

Durante la campaña electoral -y en otras anteriores-, Merkel evitó a rajatabla la palabra “feminista”. Rara vez o incluso nunca ha bregado públicamente por el progreso de las mujeres.

Incluso en la política, donde la canciller ha demostrado ser un modelo a seguir para muchas y hasta prometió nombrar un gabinete con más paridad de género en caso de ser reelegida, lo cierto es que, sea cual sea el resultado de la votación, el número de mujeres en el Parlamento disminuirá.

Alice Schwarzer, la feminista más conocida del país, lo expresa así: “Desde 2005, las chicas ya pueden optar entre ser peluqueras o ser canciller”.

En las 160 empresas alemanas que cotizan en bolsa, hay más CEO llamados “Thomas” (siete) que mujeres en total (tres), según datos de la Fundación AllBright. Obligados por ley a publicar un objetivo de contratación de mujeres para niveles ejecutivos, la mayoría de las empresas consignó alegremente “0%”.

“Debido a Merkel, la imagen que se tiene de Alemania en el extranjero es mucho más progresista de lo que es en realidad”, dice la escritora feminista Anne Wizorek.

Algunas cosas, como el cuidado materno y el gobierno corporativo, de hecho han cambiado durante los mandatos de Merkel. Pero el prejuicio cultural contra las mujeres que trabajan, especialmente si son madres, sigue siendo tan fuerte que algunos analistas hablan del “problema de género” de Alemania, como en Estados Unidos se habla del “problema racial”, que sería una especie de mochila histórica que nunca fue desarmada del todo.

Y las pocas mujeres que logran acercarse o llegar a la cima hablan del constante tormento que implica ser juzgadas todo el tiempo.

“La sociedad no respeta a las mujeres que trabajan”, dice Angelika Huber-Strasser, socia ejecutiva de KPMG Germany y madre de tres hijos. “Nos llaman madres cuervo”, en referencia a ese pájaro también injustamente acusado de empujar a sus hijos del nido.

Las supermadres de la tradición alemana tienen sus raíces en la difícil historia del país. Los nazis condecoraban con medallas a las mujeres que tenían embarazos múltiples. Después vino la división de Alemania: del lado occidental, reflotaron la máxima del siglo XIX, “Kinder, Küche, Kirche” (“chicos, cocina, iglesia”), mientras que en el Este los comunistas instalaron guarderías gratuitas para todos.

En Alemania Oriental, las mujeres manejaban grúas y estudiaban física. Hasta 1977, las esposas occidentales necesitaban un permiso oficial de su marido para trabajar. Sus contrapartes del Este ya tenían un año de licencia paga por maternidad y jornada reducida si seguían amamantando.

En 1989, con la caída del Muro de Berlín, el empleo femenino en Alemania Oriental alcanzaba el 90%, mientras que en Alemania Occidental era del 55%. Actualmente, más del 70% de las mujeres alemanas trabajan, pero sólo un 12% de las que tienen hijos menores de tres años trabajan tiempo completo.

Tal vez no sea coincidencia que Merkel no tenga hijos y se haya criado en Alemania Oriental.

“Para Angela Merkel hay cosas que son totalmente normales y que para muchas mujeres que crecieron en Alemania Occidental son cualquier cosa menos normales”, dice la socióloga Jutta Allmendinger.

Merkel no ha hecho del tema de la igualdad de género una marca de su gobierno. Pero durante sus mandatos las cosas fueron evolucionando silenciosamente.

Las escuelas, que tradicionalmente cerraban al mediodía, confiadas en que en el hogar estaba la madre, fueron extendiendo sus horarios. Las guarderías, que eran una anatema para niños menores de tres años, se han extendido ampliamente. Y se introdujo una licencia parental paga que alienta al padre a tomarse al menos dos meses fuera del trabajo. Hace poco, el gobierno aprobó una ley que obliga a las grandes empresas a reemplazar con mujeres las vacantes que se produzcan en sus directorios no ejecutivos, hasta alcanzar un mínimo del 30%.

“El estilo político de Merkel con la cuestión de género es igual a su estilo político en cualquier otro tema: no hace un llamado a la revolución, sino que da inicio a una evolución”, dice Annette Widmann-Mauz, dirigente del Sindicato de Mujeres Democratacristianas.

Pero en Alemania las mujeres siguen cobrando un 21% menos que los hombres por igual trabajo -el promedio europeo es del 16%-, sobre todo porque no logran ascender en la jerarquía empresaria. Y en algunas áreas, la cantidad de mujeres en puestos de liderazgo está retrocediendo.

Traducción de Jaime Arrambide. (LA NACIÓN)

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