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Las mujeres del 25 de Mayo: quién fue María Remedios del Valle, la “Capitana”

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Fue mujer, negra y pobre. Su historia como “Madre de la Patria” recién empezó a conocerse en los últimos años, gracias a las miradas sobre la participación de las mujeres y de los y las afrodescendientes en la construcción de la patria.

Las mujeres del 25 de Mayo: quién fue María Remedios del Valle, la “Capitana”

María Remedios del Valle fue una de las tantas mujeres revolucionarias que participaron activamente en los combates por nuestra independencia. La historia de la “Capitana”, como también la de otras afrodescendientes -provenientes mayoritariamente de los sectores subalternos- estuvo solapada o directamente vedada en la literatura histórica tradicional.

Fue mujer, negra y pobre. Su historia como “Madre de la Patria” recién empezó a conocerse en los últimos años, gracias a la irrupción de nuevas miradas sobre la construcción de la nación y al reclamo de visibilización de las mujeres y de los y las afrodescendientes.

El proceso independentista iniciado en 1810 generó para las clases populares un contexto más favorable donde plantear sus demandas y brindó algunas oportunidades de ascenso social antes desconocidas.

Para los esclavos también produjo algunos cambios: muchos de ellos se sumaron a los ejércitos como libertos, bajo la promesa de que obtendrían su libertad una vez culminada la guerra.

Del Valle nació en Buenos Aires en 1766. Según el sistema de castas vigente en la época era “una parda”. Partió junto a su marido e hijos en la primera expedición militar hacia el Alto Perú en junio de 1810.

En vísperas de la batalla de Tucumán, en 1812, se presentó ante el general Manuel Belgrano para solicitarle que le permitiera atender a los heridos en las primeras líneas de combate. Belgrano, reacio por razones de disciplina a la presencia de mujeres entre sus tropas, le negó el permiso, pero al iniciarse la lucha, Del Valle llegó al frente alentando y asistiendo a los soldados quienes comenzaron a llamarla la Madre de la Patria.

En su memoria, en el año 2013, se declaró el 8 de noviembre como el “Día Nacional de los/as afroargentinos/as y de la cultura afro”.

Tras la decisiva victoria, Belgrano la nombró capitana de su ejército. Bajo su mando, participó en las victorias de Tucumán y Salta (1812 y 1813) y en las derrotas de Vilcapugio y Ayohuma (1813). En esta última batalla fue herida de bala, tomada prisionera por los realistas y luego sometida a azotes públicos.

[LA PELEA POR SUS DERECHOS ECONÓMICOS]

Finalizada la guerra y ya anciana, del Valle regresó a la ciudad de Buenos Aires, donde se encontró reducida a la mendicidad. Relata el escritor, historiador y jurisconsulto salteño Carlos Ibarguren, que vivía en un rancho en las afueras de la ciudad, y frecuentaba los atrios de las iglesias de San Francisco, Santo Domingo y San Ignacio, así como la Plaza de la Victoria (actual Plaza de Mayo) ofreciendo pasteles y tortas fritas, o mendigando, lo que junto a las sobras que recibía de los conventos le permitía sobrevivir. Se hacía llamar la Capitana y solía mostrar las cicatrices de los brazos y relatar que las había recibido en la Guerra de la Independencia, consiguiendo solo que quienes la oían pensaran que estaba loca o senil.

No conforme con su suerte, el 23 de octubre de 1826 inició una gestión solicitando que se le abonasen 6000 pesos en compensación de sus servicios a la patria y por la pérdida de su esposo y sus hijos. (El sueldo máximo en el país era el del gobernador, de 7992 pesos al año).

​El expediente, firmado en su nombre por un tal Manuel Rico y al que agrega en apoyo una certificación de servicios del 17 de enero de 1827 firmada por el coronel Hipólito Videla, se inicia con la siguiente exposición:

Doña María Remedios del Valle, capitana del Ejército, a V. S. debidamente expone:
Que desde el primer grito de la Revolución tiene el honor de haber sostenido la justa causa de la Independencia, de una de aquellas maneras que suelen servir de admiración a la Historia de los Pueblos.
Si Señor Inspector, aunque aparezca envanecida presuntuosamente la que representa, ella no exagera a la Patria sus servicios, sino a que se refiere con su acostumbrado natural carácter lo que ha padecido por contribuir al logro de la independencia de su patrio suelo que felizmente disfruta. Si los primeros opresores del suelo americano aún miran con un terror respetuoso los nombres de Caupolicán y Galvarino, los disputadores de nuestros derechos por someternos al estrecho círculo de esclavitud en que nos sumergieron sus padres, quizá recordarán el nombre de la Capitana patriota María de los Remedios para admirar su firmeza de alma, su amor patrio y su obstinación en la salvación y libertad americana; aquellos al hacerlo aún se irritarán de mi constancia y me aplicarían nuevos suplicios, pero no inventarían el del olvido para hacerme expirar de hambre como lo ha hecho conmigo el Pueblo por quien tanto he padecido.
Y ¿con quién lo hace?; con quien por alimentar a los jefes, oficiales y tropa que se hallaban prisioneros por los realistas, por conservarlos, aliviarlos y aún proporcionarles la fuga a muchos, fue sentenciada por los caudillos enemigos Pezuela, Ramírez y Tacón, a ser azotada públicamente por nueve días; con quien, por conducir correspondencia e influir a tomar las armas contra los opresores americanos, y batídose con ellos, ha estado siete veces en capilla; con quien por su arrojo, denuedo y resolución con las armas en la mano, y sin ellas, ha recibido seis heridas de bala, todas graves; con quien ha perdido en campaña, disputando la salvación de su Patria, su hijo propio, otro adoptivo y su esposo!!!; con quien mientras fue útil logró verse enrolada en el Estado Mayor del Ejército Auxiliar del Perú como capitana, con sueldo, según se daba a los demás asistentes y demás consideraciones debida a su empleo. Ya no es útil y ha quedado abandonada sin subsistencia, sin salud, sin amparo y mendigando.
La que representa ha hecho toda la campaña del Alto Perú; ella tiene un derecho a la gratitud argentina, y es ahora que lo reclama por su infelicidad.

El 24 de marzo de 1827 el ministro de Guerra de la Nación, general Francisco Fernández de la Cruz, rechazó el pedido recomendando dirigirse a la legislatura provincial ya que no estaba “en las facultades del Gobierno el conceder gracia alguna que importe erogación al Erario”.

En agosto de 1827, el general Juan José Viamonte -entonces diputado en la Junta de Representantes de la Provincia de Buenos Aires en representación de los pagos de Ensenada, Quilmes y Magdalena- la reconoció mendigando en la plaza de la Recova. “¡Usted es la Capitana, la que nos acompañó al Alto Perú, es una heroína!”, le dijo. Del Valle le contó entonces cuántas veces había golpeado a la puerta de su casa en busca de ayuda, pero que su personal siempre la había espantado como pordiosera.

Viamonte tomó debida nota y el 11 de octubre de ese mismo año presentó ante la Junta un proyecto para otorgarle una pensión que reconociera los servicios prestados a la patria.

El 9 de junio de 1828, Viamonte fue elegido vicepresidente primero de la renovada legislatura y decidió insistir con su propuesta. El proyecto recién se trataría en la sesión del 18 de julio de 1828. Según el diario de sesiones n.º 115 de la Junta de Representantes de la Provincia de Buenos Aires, al abrirse el tratamiento, Marcelo Gamboa (diputado por la ciudad) solicitó documentos que acreditaran el merecimiento de la pensión, a lo que Viamonte respondió:

Yo no hubiera tomado la palabra porque me cuesta mucho trabajo hablar, si no hubiese visto que se echan de menos documentos y datos. Yo conocí a esta mujer en el Alto Perú y la reconozco ahora aquí, cuando vive pidiendo limosna. Esta mujer es realmente una benemérita. Ella ha seguido al Ejército de la Patria desde el año 1810.
Es conocida desde el primer general hasta el último oficial en todo el Ejército. Es bien digna de ser atendida: presenta su cuerpo lleno de heridas de balas y lleno, además, de cicatrices de azotes recibidos de los españoles. No se la debe dejar pedir limosna […] Después de haber dicho esto, creo que no habrá necesidad de más documentos.
General Juan José Viamonte

El diputado por la ciudad Manuel Hermenegildo Aguirre objetó entonces que aunque Del Valle hubiera rendido efectivamente esos servicios a la Nación, la Junta representaba a la provincia de Buenos Aires, no a la Nación, por lo que no correspondía acceder a lo solicitado. El diputado por la ciudad Diego Alcorta insistió entonces en que hacía falta presentar documentación respaldatoria con lo que el debate se tornó áspero. Ambos argumentos inhabilitaban pensiones que recibían otros soldados de su categoría.

El representante por Pilar y Exaltación de la Cruz Justo García Valdez refutó la objeción sobre las atribuciones, afirmando que el gobierno de la Provincia solo conseguiría parecer cruel e insensible si dejaba a la Nación la tarea de premiar tales servicios a la libertad.

Finalmente, en defensa del proyecto tomó entonces la palabra Tomás de Anchorena quien afirmó:

Efectivamente, esta es una mujer singular. Yo me hallaba de secretario del general Belgrano cuando esta mujer estaba en el ejército, y no había acción en la que ella pudiera tomar parte que no la tomase, y en unos términos que podía ponerse en competencia con el soldado más valiente; era la admiración del general, de los oficiales y de todos cuantos acompañaban al ejército. Ella en medio de ese valor tenía una virtud a toda prueba y presentaré un hecho que la manifiesta: el general Belgrano, creo que ha sido el general más riguroso, no permitió que siguiese ninguna mujer al ejército; y esta María Remedios del Valle era la única que tenía facultad para seguirlo.
Ella era el paño de lágrimas, sin el menor interés de jefes y oficiales. Yo los he oído a todos a voz pública, hacer elogios de esta mujer por esa oficiosidad y caridad con que cuidaba a los hombres en la desgracia y miseria en que quedaban después de una acción de guerra: sin piernas unos, y otros sin brazos, sin tener auxilios ni recursos para remediar sus dolencias.
De esta clase era esta mujer. Si no me engaño el general Belgrano le dio el título de capitán del ejército. Una mujer tan singular como ésta entre nosotros debe ser el objeto de la admiración de cada ciudadano, y adonde quiera que vaya debía ser recibida en brazos y auxiliada con preferencia a una general; porque véase cuánto se realza el mérito de esta mujer en su misma clase respecto a otra superior, porque precisamente esta misma calidad es la que más la recomienda.

Los diputados votaron el otorgamiento de una pensión de 30 pesos, desde el mismo día que María Remedios del Valle la había pedido, sin retroactivos.

El 16 de abril de 1835 fue destinada por decreto de Juan Manuel de Rosas (que el 7 de marzo de 1835 había asumido su segundo mandato como gobernador de Buenos Aires) a la plana mayor activa con su grado de sargento mayor. Le aumentó su pensión de 30 pesos en más del 600 %. En la lista de pensiones de noviembre de 1836 María Remedios del Valle figura con el nombre de Remedios Rosas (quizá por gratitud hacia el gobernador que la sacó de la miseria). En la lista del 28 de octubre de 1847 aparece su último recibo, de una pensión de 216 pesos.

En la lista del 8 de noviembre de 1847, una nota indica que “el mayor de caballería Dña. Remedios Rosas falleció”.

María Remedios del Valle fue una de las tantas mujeres revolucionarias que participaron activamente en los combates por nuestra independencia. La historia de la “Capitana”, como también la de otras afrodescendientes -provenientes mayoritariamente de los sectores subalternos- estuvo solapada o directamente vedada en la literatura histórica tradicional.

Fue mujer, negra y pobre. Su historia como “Madre de la Patria” recién empezó a conocerse en los últimos años, gracias a la irrupción de nuevas miradas sobre la construcción de la nación y al reclamo de visibilización de las mujeres y de los y las afrodescendientes.

El proceso independentista iniciado en 1810 generó para las clases populares un contexto más favorable donde plantear sus demandas y brindó algunas oportunidades de ascenso social antes desconocidas.

Para los esclavos también produjo algunos cambios: muchos de ellos se sumaron a los ejércitos como libertos, bajo la promesa de que obtendrían su libertad una vez culminada la guerra.

Del Valle nació en Buenos Aires en 1766. Según el sistema de castas vigente en la época era “una parda”. Partió junto a su marido e hijos en la primera expedición militar hacia el Alto Perú en junio de 1810.

En vísperas de la batalla de Tucumán, en 1812, se presentó ante el general Manuel Belgrano para solicitarle que le permitiera atender a los heridos en las primeras líneas de combate. Belgrano, reacio por razones de disciplina a la presencia de mujeres entre sus tropas, le negó el permiso, pero al iniciarse la lucha, Del Valle llegó al frente alentando y asistiendo a los soldados quienes comenzaron a llamarla la Madre de la Patria.

En su memoria, en el año 2013, se declaró el 8 de noviembre como el “Día Nacional de los/as afroargentinos/as y de la cultura afro”.

Tras la decisiva victoria, Belgrano la nombró capitana de su ejército. Bajo su mando, participó en las victorias de Tucumán y Salta (1812 y 1813) y en las derrotas de Vilcapugio y Ayohuma (1813). En esta última batalla fue herida de bala, tomada prisionera por los realistas y luego sometida a azotes públicos.

LA PELEA POR SUS DERECHOS ECONÓMICOS

Finalizada la guerra y ya anciana, del Valle regresó a la ciudad de Buenos Aires, donde se encontró reducida a la mendicidad. Relata el escritor, historiador y jurisconsulto salteño Carlos Ibarguren, que vivía en un rancho en las afueras de la ciudad, y frecuentaba los atrios de las iglesias de San Francisco, Santo Domingo y San Ignacio, así como la Plaza de la Victoria (actual Plaza de Mayo) ofreciendo pasteles y tortas fritas, o mendigando, lo que junto a las sobras que recibía de los conventos le permitía sobrevivir. Se hacía llamar la Capitana y solía mostrar las cicatrices de los brazos y relatar que las había recibido en la Guerra de la Independencia, consiguiendo solo que quienes la oían pensaran que estaba loca o senil.

No conforme con su suerte, el 23 de octubre de 1826 inició una gestión solicitando que se le abonasen 6000 pesos en compensación de sus servicios a la patria y por la pérdida de su esposo y sus hijos. (El sueldo máximo en el país era el del gobernador, de 7992 pesos al año).

​El expediente, firmado en su nombre por un tal Manuel Rico y al que agrega en apoyo una certificación de servicios del 17 de enero de 1827 firmada por el coronel Hipólito Videla, se inicia con la siguiente exposición:

Doña María Remedios del Valle, capitana del Ejército, a V. S. debidamente expone:
Que desde el primer grito de la Revolución tiene el honor de haber sostenido la justa causa de la Independencia, de una de aquellas maneras que suelen servir de admiración a la Historia de los Pueblos.
Si Señor Inspector, aunque aparezca envanecida presuntuosamente la que representa, ella no exagera a la Patria sus servicios, sino a que se refiere con su acostumbrado natural carácter lo que ha padecido por contribuir al logro de la independencia de su patrio suelo que felizmente disfruta. Si los primeros opresores del suelo americano aún miran con un terror respetuoso los nombres de Caupolicán y Galvarino, los disputadores de nuestros derechos por someternos al estrecho círculo de esclavitud en que nos sumergieron sus padres, quizá recordarán el nombre de la Capitana patriota María de los Remedios para admirar su firmeza de alma, su amor patrio y su obstinación en la salvación y libertad americana; aquellos al hacerlo aún se irritarán de mi constancia y me aplicarían nuevos suplicios, pero no inventarían el del olvido para hacerme expirar de hambre como lo ha hecho conmigo el Pueblo por quien tanto he padecido.
Y ¿con quién lo hace?; con quien por alimentar a los jefes, oficiales y tropa que se hallaban prisioneros por los realistas, por conservarlos, aliviarlos y aún proporcionarles la fuga a muchos, fue sentenciada por los caudillos enemigos Pezuela, Ramírez y Tacón, a ser azotada públicamente por nueve días; con quien, por conducir correspondencia e influir a tomar las armas contra los opresores americanos, y batídose con ellos, ha estado siete veces en capilla; con quien por su arrojo, denuedo y resolución con las armas en la mano, y sin ellas, ha recibido seis heridas de bala, todas graves; con quien ha perdido en campaña, disputando la salvación de su Patria, su hijo propio, otro adoptivo y su esposo!!!; con quien mientras fue útil logró verse enrolada en el Estado Mayor del Ejército Auxiliar del Perú como capitana, con sueldo, según se daba a los demás asistentes y demás consideraciones debida a su empleo. Ya no es útil y ha quedado abandonada sin subsistencia, sin salud, sin amparo y mendigando.
La que representa ha hecho toda la campaña del Alto Perú; ella tiene un derecho a la gratitud argentina, y es ahora que lo reclama por su infelicidad.

El 24 de marzo de 1827 el ministro de Guerra de la Nación, general Francisco Fernández de la Cruz, rechazó el pedido recomendando dirigirse a la legislatura provincial ya que no estaba “en las facultades del Gobierno el conceder gracia alguna que importe erogación al Erario”.

En agosto de 1827, el general Juan José Viamonte -entonces diputado en la Junta de Representantes de la Provincia de Buenos Aires en representación de los pagos de Ensenada, Quilmes y Magdalena- la reconoció mendigando en la plaza de la Recova. “¡Usted es la Capitana, la que nos acompañó al Alto Perú, es una heroína!”, le dijo. Del Valle le contó entonces cuántas veces había golpeado a la puerta de su casa en busca de ayuda, pero que su personal siempre la había espantado como pordiosera.

Viamonte tomó debida nota y el 11 de octubre de ese mismo año presentó ante la Junta un proyecto para otorgarle una pensión que reconociera los servicios prestados a la patria.

El 9 de junio de 1828, Viamonte fue elegido vicepresidente primero de la renovada legislatura y decidió insistir con su propuesta. El proyecto recién se trataría en la sesión del 18 de julio de 1828. Según el diario de sesiones n.º 115 de la Junta de Representantes de la Provincia de Buenos Aires, al abrirse el tratamiento, Marcelo Gamboa (diputado por la ciudad) solicitó documentos que acreditaran el merecimiento de la pensión, a lo que Viamonte respondió:

Yo no hubiera tomado la palabra porque me cuesta mucho trabajo hablar, si no hubiese visto que se echan de menos documentos y datos. Yo conocí a esta mujer en el Alto Perú y la reconozco ahora aquí, cuando vive pidiendo limosna. Esta mujer es realmente una benemérita. Ella ha seguido al Ejército de la Patria desde el año 1810.
Es conocida desde el primer general hasta el último oficial en todo el Ejército. Es bien digna de ser atendida: presenta su cuerpo lleno de heridas de balas y lleno, además, de cicatrices de azotes recibidos de los españoles. No se la debe dejar pedir limosna […] Después de haber dicho esto, creo que no habrá necesidad de más documentos.
General Juan José Viamonte

El diputado por la ciudad Manuel Hermenegildo Aguirre objetó entonces que aunque Del Valle hubiera rendido efectivamente esos servicios a la Nación, la Junta representaba a la provincia de Buenos Aires, no a la Nación, por lo que no correspondía acceder a lo solicitado. El diputado por la ciudad Diego Alcorta insistió entonces en que hacía falta presentar documentación respaldatoria con lo que el debate se tornó áspero. Ambos argumentos inhabilitaban pensiones que recibían otros soldados de su categoría.

El representante por Pilar y Exaltación de la Cruz Justo García Valdez refutó la objeción sobre las atribuciones, afirmando que el gobierno de la Provincia solo conseguiría parecer cruel e insensible si dejaba a la Nación la tarea de premiar tales servicios a la libertad.

Finalmente, en defensa del proyecto tomó entonces la palabra Tomás de Anchorena quien afirmó:

Efectivamente, esta es una mujer singular. Yo me hallaba de secretario del general Belgrano cuando esta mujer estaba en el ejército, y no había acción en la que ella pudiera tomar parte que no la tomase, y en unos términos que podía ponerse en competencia con el soldado más valiente; era la admiración del general, de los oficiales y de todos cuantos acompañaban al ejército. Ella en medio de ese valor tenía una virtud a toda prueba y presentaré un hecho que la manifiesta: el general Belgrano, creo que ha sido el general más riguroso, no permitió que siguiese ninguna mujer al ejército; y esta María Remedios del Valle era la única que tenía facultad para seguirlo.
Ella era el paño de lágrimas, sin el menor interés de jefes y oficiales. Yo los he oído a todos a voz pública, hacer elogios de esta mujer por esa oficiosidad y caridad con que cuidaba a los hombres en la desgracia y miseria en que quedaban después de una acción de guerra: sin piernas unos, y otros sin brazos, sin tener auxilios ni recursos para remediar sus dolencias.
De esta clase era esta mujer. Si no me engaño el general Belgrano le dio el título de capitán del ejército. Una mujer tan singular como ésta entre nosotros debe ser el objeto de la admiración de cada ciudadano, y adonde quiera que vaya debía ser recibida en brazos y auxiliada con preferencia a una general; porque véase cuánto se realza el mérito de esta mujer en su misma clase respecto a otra superior, porque precisamente esta misma calidad es la que más la recomienda.

Los diputados votaron el otorgamiento de una pensión de 30 pesos, desde el mismo día que María Remedios del Valle la había pedido, sin retroactivos.

El 16 de abril de 1835 fue destinada por decreto de Juan Manuel de Rosas (que el 7 de marzo de 1835 había asumido su segundo mandato como gobernador de Buenos Aires) a la plana mayor activa con su grado de sargento mayor. Le aumentó su pensión de 30 pesos en más del 600 %. En la lista de pensiones de noviembre de 1836 María Remedios del Valle figura con el nombre de Remedios Rosas (quizá por gratitud hacia el gobernador que la sacó de la miseria). En la lista del 28 de octubre de 1847 aparece su último recibo, de una pensión de 216 pesos.

En la lista del 8 de noviembre de 1847, una nota indica que “el mayor de caballería Dña. Remedios Rosas falleció”.

(El Teclado)

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