Opinión

“La mordida”

cargando anuncio

Columna de opinión por Walter Anestiades para MisionesCuatro.

“La mordida”

“La Tuerca” fue un programa cómico de la televisión nacional, creado por un señor llamado Héctor “Toto” Maselli” (el mismo de “Los Campanelli”), que se emitió tanto en la era del blanco y negro como en la era del color. Lo protagonizaban actores con mucho oficio encima (Osvaldo Pacheco, Vicente Rubino, Tino Pascali, Joe Rígoli, el “Pato” Carret, Julio López, Carlos Scaziotta, Marcos Zúcker, Tristán, Nelly Láinez y Guido Gorgatti, entre otros).

Y en sus sketches se retrataban escenas atemporales de la forma de vivir de unos cuántos. En “La mordida” parodiaban la jugada que permitía que trabajos como el cambiar una lamparita, poner un tornillo, o cambiar el vidrio de una ventana, llegaran a facturarse en cifras millonarias. Según la escala jerárquica de la empresa, estatal o privada, cada uno le agregaba a la factura “su parte”.

Al laburante convocado para el arreglo le decían “Quedate tranquilo. La tuya está”. Porque a él le pagaban solo lo que le correspondía. Y el primero en la lista de “mordidas” (un inolvidable Vicente Rubino), hacía de su reclamo una constante: “No me dejen afuera”.

Hace unos días nos volvimos a enterar de otra “mordida”. En plena pandemia hubo miserables y canallas que intentaron llevarse unos trescientos millones de pesos a través de una megacompra de alimentos que hizo el Ministerio de Desarrollo Social. El estado nacional, con el dinero de la gente, compró aceite, fideos, arroz y lentejas a valores muy pero muy alejados de los denominados “precios máximos” que el propio gobierno indica que son de cumplimiento obligatorio. Algunos dicen que los responsables son los funcionarios públicos. Lo son.

Otros dicen que son los empresarios. También lo son. “La mordida” precisa de unos y de otros. No se excluyen, se complementan. Pero con una diferencia sustantiva: siempre es el estado quién tiene la mayor responsabilidad. Es el gestionador del bien común, el “arbitro” en el cruce de intereses. Concepto de Educación Cívica del primer año de la secundaria.

El presidente Alberto Fernández, aprovechando que goza de cierto blindaje por el cagazo general ante el coronavirus, respondió diciendo cosas que pueden ser ciertas pero que en su boca suenan menos ciertas. Dijo que “debe terminarse el país de los vivos”. Que el ministro Daniel Arroyo es un hombre honesto que debió resolver rápido entre “el hambre de la gente y empresarios que se plantaron”. Y agregó que iban a investigar a los responsables. Tuvieron que echar a quince.

Y resultó que entre los quince funcionarios cesanteados (a confesión de parte…) hay un tal Gonzalo Calvo, quién hace apenas un año fue apartado de otro cargo público por el intendente kirchnerista del partido bonaerense de Almirante Brown porque, como ahora, estuvo sospechado de corrupción. ¿Quién lo nombró en el nuevo cargo nacional? ¿Magoya o el ministro Arroyo? Y no hay que perder de vista que esta “mordida” trascendió gracias al periodismo que continúa haciendo su trabajo. De lo contrario nadie se hubiera enterado, el estado hubiera pagado con sobreprecios, y el tal Calvo seguiría en su puesto. Y “sanseacabó”, diría Máximo Kirchner.

Es lo mismo que sucede por estas latitudes. Si no fuera por unos pocos, como Misiones Cuatro, todo sería propaganda oficialista, ponemicrófonos y cero repreguntas. Uno entiende que a los muchachos que manejan la cosa pública y a sus ladillas les debe molestar que la prensa no los deje “morder” tranquilos. Los enfrentamientos seguirán entonces porque el periodismo, cuándo se ejerce en serio, es así. “A pelarse”, diría un exgobernador misionero.

En la Argentina “morder” con la obra pública y sobrefacturar todo lo que la falta de controles republicanos permita es parte de la cultura política. No debería serlo. Buena parte de la sociedad tiene alta tolerancia a la corrupción. No debería tenerla. Y muchos siguen actuando como si la plata del estado la pusiera Dios. Pero no la pone Dios.

Está bien que el Presidente, que es quién tiene la penúltima palabra, concentre sus energías en el combate al coronavirus a favor de salvar vidas, nada menos. Como también es correcto que el periodismo haga lo suyo. Lo que no está bien es que la oposición, nacional y provincial, juegue al “dígalo con mímica”. Porque no todo es COVID-19.

 Y las audiencias podrían aprovechar estos tiempos de cuarentena para leer algún librito de esos que enseñan civismo. Es más provechoso al alma y a la mente que perder el tiempo intentando justificar con argumentos cada vez más desopilantes a quiénes muerden donde no deben, solo porque son de su “palo” político. Y si la pereza mental ya no permite leer entero un libro de papel, en internet hay estupendos resúmenes de los trabajos de Thomas Hobbes, de John Locke, de Jean Jacques Rousseau, o del Baron de Montesquieu. Que fueron unos tipos que escribieron sobre algunas cuestiones de las que sabemos bastante poco.

 “No hay cosa que dañe más a una nación que el astuto pase por inteligente”, dijo el filósofo inglés Francis Bacon.

Puede que leer en esta cuarentena nos ayude con eso. A ver si conseguimos algunos astutos menos.

Y algunos inteligentes más.

Walter Anestiades para MisionesCuatro

Comentarios