Opinión

La Pos–vergüenza

cargando anuncio

Columna de opinión por el periodista Walter Anestiades.

La Pos–vergüenza

“La vergüenza es un sentimiento revolucionario”, postuló un Karl Marx que bien sabía que para tener conciencia de clase hay que empezar por tener conciencia.

Se puso de moda hablar de la llamada posverdad, una definición que hizo más popular un principio que ya tiene sus años: ese de que no existen los hechos sino las interpretaciones. Puede que todo ese palabrerío se reduzca a mejorar el intento de tapar la roña que hay en cada mentira poniéndole el perfume encantador de una nueva palabra.

Quizás, siendo argentinos del siglo XXI, deberíamos pensar si lo que estamos viviendo en el país no es la supremacía de las opiniones sobre los sucesos, sino la de la caradurez sobre el rubor.

Cristina Kirchner y sus “parrillis”, otra vez en el poder a través del voto a Alberto Fernández, no son el único ejemplo de eso. Pero son el mejor ejemplo.

En sus tres mandatos anteriores el kirchnerismo consiguió que algunos vieran sus defectos como virtudes. “Redoblar la apuesta” fue una constante, publicitada como el tener convicciones, pero que solo se trató de camorreros usando el poder del estado para llevarse todo por delante. Los kirchneristas reivindicaron todo lo que dijo o hizo su jefa, incluso cuando dijo o hizo lo contrario. Y lo siguen haciendo. No tienen problemas en festejar barbaridades del tipo “la diabetes es una enfermedad de gente con alto poder adquisitivo”. O “solamente hay que tenerle temor a Dios y un poquito a mí” (como si en vez de una mandataria republicana fuera Ágatta Galiffi, “la flor de la mafia” de Rosario). Pienso en los dislates que pronuncia Hebe de Bonafini desde hace años. O la animalada de Dady Brieva sobre la Conadep de los periodistas. Hace días Amado Boudou, condenado por corrupción con prisión domiciliaria, se convirtió en el jubilado que más aumento recibió en sus haberes: va a cobrar casi medio palo mensual.

La lista de términos usados y de hechos perpetrados que deberían generar rechazo en personas de bien, aunque adhieran con todo derecho al espacio K, es larguísima. Pero nunca son rechazados. Insistimos, el kirchnerismo no tiene el monopolio de estas prácticas. Pero es el sector que siempre está más lejos de autocriticarlas.

El gobierno de Macri fracasó en el manejo de la economía y la mayoría votó al Frente de Todos. Ok. Pero, ¿defender cualquier cosa que se diga o se haga desde el frente de gobierno así digan imbecilidades o cometan injusticias? Eso debería dar vergüenza.

“Operari sequitur ese”, el “obrar sigue al ser”, nos enseñó Santo Tomás de Aquino.

Es un proyecto de poder plasmado por unas personas que parecen saberlo todo de la caradurez y que están tan lejos de la revolución como de sentir esa clase de vergüenza que, en ocasiones, es un síntoma de salud. Porque son lo que son es que hacen lo que hacen.

Esto ahora se puso muy border. Cuando entran a jugar espías y tipos pesados que hacen inteligencia-y lo que haga falta-la cuestión excede a Macri, Cristina y a cualquier presidente. Es un terreno peligroso, con intereses cruzados y cambiantes y del que siempre imaginaremos más de lo que sabremos. Habría que enfocarse en otro asunto, más al alcance de los ciudadanos: la vergüenza en el ejercicio del mando está en retirada, ayudada como siempre por el poco control institucional pero ayudada como nunca por el aval social a personajes que creen que su voluntad está por encima de la ley.

En medio de una pandemia, con la economía destruida, con la decadente política de administrar la pobreza en vez de crear riqueza, y con los servicios jugando su interna, lo menos que se precisa es padecer a quiénes no pueden reconocer sus delirios. Deberíamos tener cuidado con eso.

No con el peligro de que alguien con mucho poder cruce el límite entre salud y enfermedad.

Sino con que ya lo haya cruzado y nadie se dé cuenta.

Y eso la define. Es la enfermedad.

-Walter Anestiades

-Ilustración: Nicolás Eugenio Aguilar

Comentarios