Opinión

Las reglas de la anomia

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Por: Walter Anestiades

Las reglas de la anomia
Ilustración: Pacifista.TV (medio digital de Colombia)

“Cualquier hombre, a la vuelta de cualquier esquina, puede experimentar la sensación del absurdo, porque todo es absurdo”, dijo el escritor Albert Camus hace muchos años, lejos de estas latitudes. Pero podría haber dicho eso esta mañana. Desde cualquier parte de la Argentina.

El gobierno nacional, el gobierno misionero, y el gobierno obereño, dictan normas absurdas que provocan incertidumbre. Los pretendidos controles para evitar contagios de coronavirus se transforman, en la vida cotidiana, en una psicopateada general con amenazas latentes y que a los irresponsables los detecta solo por azar.

El gobierno nacional está estropeando la correcta decisión original de aplicar una cuarentena. Extenderla a cinco meses, y vaya uno a saber cuánto más, invita a la rebeldía. Hay que tener la platita asegurada a fin de mes, o estar mal de la cabeza, para pasarse meses encerrado y mirando el techo. Encima Alberto Fernández es un presidente que al hablar, en vez de transmitir calma, enardece. Es capaz de defender algo a la mañana en radio, lo contrario a la tarde en un diario digital, y justificarse haciendo un mix de ambas posturas a la noche, por cable. Forzado a quedar con Cristina Kirchner, cae en contradicciones que compiten mano a mano con aquellas de Carlos Menem en los noventa.

El gobierno del Frente Renovador de Misiones, para combatir el coronavirus, sostiene dos conductas que se repelen: una, sintetizada en la expresión “quedate en casa”. No se puede ir a visitar a los parientes porque esas reuniones sociales favorecen los contagios (a esa decisión nacional adhirieron. Al decreto que impide cortar la luz por falta de pago, no). La otra, consiste en armar una fenomenal propaganda para impulsar el turismo interno, para que cada misionero viaje a visitar alguno de los estupendos atractivos turísticos de la provincia. ¿En qué quedamos? De lunes a jueves no se pueden hacer diez cuadritas en el municipio donde uno vive. Pero el fin de semana se puede viajar trescientos kilómetros. Quizás deberían hacer un mix de ambas posturas, al estilo Alberto, y lanzar la campaña “quedate en un hotel”.

El gobierno de Oberá resolvió que todo fallecido debe ser velado a cajón cerrado. Aunque la defunción nada tenga que ver con el coronavirus. ¿De dónde lo sacaron? Las directrices marcadas por la Organización Mundial de la Salud, a favor de no practicar autopsias ni velar a cajón abierto, tienen que ver con el Covid-19, no con otras patologías. ¿Entonces?

Pero en la Misiones feudal no hay modo de canalizar estas inquietudes por ninguna vía institucional. La oposición y los medios pauta-dependientes no dicen ni hacen nada que pueda alterar el humor de Rovira. Y en Oberá, como es ya tradicional, no solo faltan las respuestas. Ni siquiera hacen las preguntas.

Combinar los necesarios cuidados con la imprescindible vuelta a las actividades es lo que hay que hacer. Pero hay que hacerlo bien. Y hasta acá fueron armando un escenario surrealista que ni André Breton podría haber concebido. No se puede visitar a la familia, ni salir a caminar ni correr sin barbijo-so pena de ser detenido y llevado a la cárcel- ni velar a un ser querido a cajón abierto. Tampoco hay clases. Hace poco, en Oberá detuvieron a un abogado y a su pequeño hijo por “no llevar el barbijo reglamentario” (?). Pero sí se puede ir a la noche a los bares a tomar cerveza, juntarse e irse de joda a algún pub, jugar a la quiniela, o sacar un turno en un “telo”. Parece que, para evitar el coronavirus, hay que llevar el estilo de vida de Isidoro Cañones.

Emile Durkheim, uno de los padres de la Sociología, definió a la anomia como la ausencia de reglas. No porque no existan, sino a favor del ánimo que predispone a incumplirlas. La incongruencia de las normas predispone más a dejarlas de lado. De modo tal que la cosa pública en manos de kirchneristas y renovadores constituye un previsible escenario de anomia. Algunas normas, además de absurdas o de difícil cumplimiento, son dictadas por personajes conocidos por no respetarlas.

La pandemia exige coherencia. Ya que no hay vacuna, habrá que seguir conviviendo con el virus. Y eso implica trabajar para generar dinero para comer y pagar las cuentas que siguen llegando. Con unos protocolos de bioseguridad que en Misiones y en Oberá se vienen cumpliendo muy bien, no gracias a los gobiernos, sino a pesar de los gobiernos. Misiones es uno de los tres distritos con menos casos en el país. Aún teniendo kilómetros de frontera con Brasil, el segundo país más afectado por la pandemia en todo el planeta. Pero el esfuerzo de la sociedad debe ser acompañado por el de los gobernantes, obligados a informar correctamente y sin “cucos” (porque ya crecimos). Y a establecer normas coherentes, de sencillo cumplimiento. ¿Qué hay irresponsables que no se cuidan y son un peligro para todos? Pues entonces habrá que hacer controles tan razonables como eficaces y salir de este festival de caza-bobos en donde el límite de los imprudentes no es la ley sino la mala suerte.

El desafío es muy estresante. Hay que arreglárselas para vivir y salir a flote sin contagiarse de un virus altamente contagioso, en un país saqueado en el que solo resta por ver hasta dónde llega la impunidad. Un país donde muchos están descubriendo que los locales que estuvieron cerrados siguen en el mismo lugar. Pero los clientes ya no.  

Si la tendencia social es gambetear las normas, no la ayudemos con contradicciones de estado. Porque al coronavirus lo podemos combatir. Y a los inoperantes también.

Pero a las dos juntos, no.     

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