“La experiencia es el nombre que le damos a nuestros errores”, decía el escritor Oscar Wilde. Tremenda experiencia fue la vivida el viernes en todo el país.
En la semana que culmina se autorizó a los jubilados y pensionados a percibir sus haberes de modo presencial, según la terminación del documento de identidad. También se consintió en que fueran a los bancos los beneficiarios de planes sociales. Cualquiera de nosotros, con mínima información, sabe que los integrantes de esos grupos se cuentan por millones. Descontamos que esto lo deben saber mejor en la ANSES.
Cualquiera de nosotros, por información o por experiencia propia, sabe de la desesperación que provoca no poder trabajar y no poder generar ingresos. La cuarentena obligatoria, una más que acertada decisión del gobierno nacional, está dejando a millones de argentinos sin un peso. Y para los jubilados y pensionados, para cualquiera que viva al día, estar dos o tres semanas sin ver un peso es el apocalipsis. Descontamos que esto lo deben saber en los gobiernos. Sea el nacional, cualquier provincial y todo gobierno comunal.
Pero la autorización a ir a cobrar a los bancos fue una decisión que se tomó demasiado rapidito y fue ambiguamente comunicada. Primera paradoja: nuestros gobiernos se la pasan cooptando cuánto mass-media pueden y cuánto periodista haya en alquiler, pero de tanto poner el acento en la propaganda no saben hacer lo básico que es informar.
Así, cientos de miles de personas salieron a la calle. Desordenadamente. Desesperados. Violando, en un par de horas, la cuarentena que tanto tiempo y esfuerzo nos demanda a todos. Se expuso torpe e irresponsablemente a ese grupo, los adultos mayores, del que nos dicen desde la mañana a la noche, que son los más vulnerables a la acción del coronavirus. De hecho, ya se han enfermado y ya han fallecido los suficientes en nuestro país y en el planeta para avalar ese planteo científico.
Segunda paradoja: los medios de comunicación se llenaron de médicos, infectólogos y epidemiólogos que dan cátedra sobre el coronavirus, sus alcances, su dimensión, los modos del contagio, que barbijo sí o barbijo no, que hay que quedarse en casa y que hay que lavarse las manos como si fuéramos la justicia misionera investigando a un pope renovador k. También nos aconsejan no visitar a nuestros padres y abuelos, para no contagiarlos. Muy bien, entonces ¿por qué ninguno de estos expertos advirtió sobre lo perjudicial que podía ser mandar a tantos abuelos a la calle?
El presidente Alberto Fernández nos informó que existe un comité de expertos que lo asesora en la pandemia. Cada uno de ellos, reconocidos por la comunidad científica y con trayectorias impecables. ¿Y? ¿Ninguno le dijo nada? ¿O fue advertido y, para decirlo en griego clásico, no les dio ni cinco de pelota?
Los que gobiernan y los expertos, ¿no se escuchan a sí mismos?
Dicen que pueden pasar entre cinco días o un poquito más, algunos hablan de un par de semanas, entre el momento del contagio y la aparición de síntomas. Pero también hay portadores asintomáticos. ¿Qué va a pasarle ahora a quiénes fueron expuestos el viernes de un modo tan imperdonable? Será cuestión de tener más o menos suerte. Que, cómo nos enseñó nos enseñó el escritor Edouard Pailleron, es Dios que mantiene el anonimato.
Como suele suceder con el kirchnerismo, aún en sus variantes menos tóxicas, nadie renunció a su cargo. Como si nada hubiera pasado. Y sus torpes defensores nos hablan de lo inhumano de los bancos (vaya, ¡que novedad!), del sindicato (como si Sergio Palazzo, el titular de La Bancaria, fuera un militante no de este gobierno sino del de López Obrador en México), y algunos, en su impotencia, caen tan bajo que culpan a los abuelos por no saber o no querer aprender a usar una tarjeta de débito. Por estas horas hay quiénes plantean la necesidad de hacer educación cívica. Mirá vos. Ahora resulta que se acuerdan de “educar al soberano”. Demasiado tarde.
Hace unos días nos enteramos que el presidente Alberto Fernández tiene un referente intelectual que desconocíamos: ¿Engels? ¿Hegel? ¿Sartre? ¿Kant? ¿Unamuno? ¿Jauretche? No. “Pipo” Gorosito, el entrenador de fútbol que hoy sigue al frente de Tigre en la Primera Nacional (ex Nacional B, ese campeonato que jugaron todos los equipos menos Boca). El Presidente explicó por radio lo que él llama “El teorema de Gorosito”. “Cuando Argentinos Juniors-club del que es hincha- se jugaba el descenso, contrató a Caruso Lombardi. Y a mí, y a los hinchas nos gusta un juego menos especulativo. Luego contrataron a Pipo Gorosito y me invitaron a almorzar con él”, narró el Presidente. Y remató: “Cuando le expliqué a Pipo lo que me pasaba, me dijo algo que lo adopté para siempre. ‘Si hacés las cosas bien, es muy posible que te vaya bien’. Y a partir de ahí lo llamé el teorema de Gorosito y lo aplico en todo”.
“Si hacés las cosas bien, es muy posible que te vaya bien”.
Presidente. El viernes pasado hicieron las cosas mal.
Muy mal…