Opinión

Un país de miserables y especuladores: la grieta en medio de la pandemia

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Columna de opinión de Eduardo Pérez, periodista de MisionesCuatro.

Un país de miserables y especuladores: la grieta en medio de la pandemia

Confieso estar bastante pichado, o para decirlo en términos políticamente correctos, estoy decepcionado.

A muchos nos dio la sensación, por un momento, de que en nuestro país volvimos todos a ser argentinos.

Por un momento se respiró unidad en Argentina, pero lamentablemente eso ya se empieza a desvanecer.

En medio de la pandemia, ahora volvimos, por obra y acción de la política, a ser todos kirchneristas o, por defecto inmediato, a ser macristas.

O estamos todos con el poderoso o todos somos enemigos de la patria.

Argentina parecía que maduraba, la crisis sanitaria borró por un momento las barreras pseudo ideológicas y casi derrumbó el muro de la idiotez, pero no: los hábitos de la política ventajera se vuelven a imponer.

“La naturaleza del escorpión”, como dice el refrán.

Argentina hoy volvió a ser un país con la absurda lógica del bueno y el malo.

¿Un país de próceres y de traidores, dependiendo de quién gobierne no?

La estrategia casi de manual de todo dirigente pícaro.

Alberto Fernández, o mejor dicho, el kirchnerismo empieza a revivir la desgastada y aburrida grieta en medio de la pandemia.

Por sí algo nos faltaba, le sumamos una dosis de irresponsabilidad.

La unidad argentina fue efímera porque la política se encargó de ponerle un freno y, por cómo viene la cosa, de erradicar toda posibilidad de lograrlo.

Ya sabemos que en este país siempre la culpa la tiene el otro, ¡siempre!

Y ahora, el presidente se encargó de enseñarnos a todos que también en Argentina el “miserable” y el “especulador”. ¡Siempre es el otro!

Es una pose insoportable de revolucionarios millonarios que encima se sirven de las dramáticas circunstancias para conseguir votantes poco avispados.

De repente el virus dejó de ser el enemigo de todos y ahora, el poder pretende adoctrinar al pueblo acerca de quiénes son los verdaderos enemigos de la patria, todos aquellos que no aplaudan.

Podría pensarse que el enfrentamiento inútil que busca; reiteradamente el presidente Alberto Fernández con esos “miserables” que no piensan como él; sea para preparar el terreno para machacar las culpas en el futuro si es que algo sale mal.

Pero eso sería demasiado inocente en Argentina; más bien puede pensarse que los números de las últimas encuestas les hace creer nuevamente que sí se puede “ir por todo” y tal vez ahora completar la tarea pendiente de CFK.

Así, subidos a la aceptación popular por el manejo de la crisis de salud, pretenden echarse encima un gran “manto de piedad”.

De repente, para el presidente, Hugo Moyano es una “carmelita descalza” y con una entrega por la patria casi comparable con la del general Don José de San Martín.

De repente, para el candidato que eligió Cristina, el resto de los argentinos que no se arrodillan o que producen y trabajan ¡son todos iguales, todos “miserables” y “especuladores”!

¡Pase y vea el show!

Póngase cómodo y observe Señor a la dirigencia política que vive del Estado hace décadas, dándose un baño de agua bendita, ¡derrochando bendiciones!

Alberto mostró los dientes, lamentablemente no fue el mismo dirigente que mostró templanza y liderazgo, volvió a ser un simple propagador de demagogia.

Se olvidó de todo y puso a girar la doctrina básica de confrontación del kirchnerismo.

Sacó la cabeza del agua y hasta pareciera estar dispuesto a ahogar a todo aquel que no se confiese pecador por no ser parte de la militancia ciega.

El presidente empuja a la sociedad y a todo el sistema político a entrar en esta falsa dicotomía.

Habrá que esperar la evolución del sorpresivo viraje político para medir los resultados y habrá que rezar para que las provincias con políticas más conciliadoras, como Misiones, puedan mantenerse en el camino de la construcción y no en el de la confrontación.

Evidentemente no hay cura para el Coronavirus, pero tampoco existe un remedio eficaz para la politiquería barata, ni para la estupidez.

Una tristeza…

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