[vc_row][vc_column][vc_column_text]La inviabilidad económica y política del comunismo hizo que el populismo lo desplazara como la principal amenaza que enfrentan las democracias modernas. Los norteamericanos han elegido un presidente populista. Y muchos europeos también se dejan seducir por este sistema.[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column][vc_single_image image=”102378″ img_size=”full” add_caption=”yes” alignment=”center”][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column][vc_column_text]“El populismo puede terminar muy mal”, admitió en una entrevista Ernesto Laclau, mentor intelectual de Hugo Chávez y los Kirchner. En realidad, el populismo siempre termina mal. Lo que sucede actualmente en Venezuela es quizás la prueba más contundente de ello. El populismo lleva dentro de si el germen de su propia destrucción. A pesar de ello se sigue ensayando. Y ya no sólo en América Latina. Hasta los norteamericanos han elegido un presidente populista. Y muchos europeos también se dejan seducir por el populismo. No les auguro un porvenir venturoso si finalmente lo consiguen.
La inviabilidad económica y política del comunismo hizo que el populismo lo desplazara como la principal amenaza que enfrentan las democracias modernas. Se trata de un enemigo más peligroso ya que se sirve de uno de sus pilares –el voto universal– para destruirlas. Aunque las raíces del populismo moderno se remontan a Napoleón III, el primero en ponerlo en práctica con éxito fue Benito Mussolini en Italia en 1922. Casi una década después, Hitler logró imponer su propia versión del populismo de derecha en Alemania. Y casi diez años más tarde, comprobando la teoría de José Ingenieros de la sincronía rezagada de los ciclos revolucionarios del Viejo y el Nuevo Mundo, Perón impuso la versión criolla del nazi-fascismo en Argentina.
Luego el populismo mutó. Y en el último medio siglo, como un camaleón, viró a la izquierda, al menos en América Latina. Pero en realidad, como también explicó Laclau, el populismo no puede asociarse “a una ideología política determinada” sino que se puede construir desde la izquierda o la derecha. Más que una ideología es una metodología para alcanzar y conservar el poder. El sesgo ideológico que adopta es intrínseco a cada sociedad y al espíritu de época. Esto explica por qué en los países desarrollados actualmente se presente como una alternativa de derecha.
Pero sea de derecha o de izquierda, el populismo siempre tiene como ingredientes esenciales al chauvinismo y la xenofobia. Porque casi siempre constituye una venganza de una parte de la sociedad contra algo externo a si misma. De ahí que los líderes populistas representen de manera exagerada los rasgos negativos mas típicos de esa sociedad. Esa venganza es una respuesta a lo que he denominado la “brecha de la frustración”, que surge cuando sociedad enfrenta limitaciones estructurales que abren una brecha entre las expectativas de la mayoría de sus miembros y la realidad. El populismo promete una solución indolora y facilista a esos problemas estructurales. Es decir, un almuerzo gratis.
Pero como los almuerzos gratis no existen, el populismo requiere que alguien pague la cuenta. Y ese alguien por definición no puede tener peso electoral (recordemos que el populismo surge de las urnas). Las minorías y algún enemigo externo real o imaginario se convierten en los candidatos preferidos. Para Hitler fueron los judíos, el capitalismo y los comunistas. Para Perón la oligarquía vacuna, el grupo Bemberg y el imperialismo yanqui. Para Trump son los mexicanos, los chinos y los musulmanes. La metodología es siempre la misma. Ya lo explicaron muy bien Gustave Le Bon y Eric Hoffer.
Pero de aquí surge justamente la imposibilidad económica del populismo. Porque esas víctimas propiciatorias tarde o temprano logran evadir el costo que les pretende imponer. A mediano plazo, la imposibilidad de cerrar la “brecha de la frustración” determina la inviabilidad del populismo bajo un régimen democrático. El líder populista y la nomenklatura que lo apoya saben que una crisis significa una derrota electoral. Y esto no sólo significa perder poder y fortuna sino también la posibilidad de terminar en prisión. Cuando aparecen los primeros signos de que se avecina una crisis, hacen todo lo posible para afianzarse en el poder. Para ello abusan de los poderes del estado y recurren a la propaganda, la distorsión de las estadísticas y al control de los medios para manipular las masas y la opinión pública. En sociedades anómicas con instituciones débiles, el populismo inevitablemente degenera en una dictadura como ha ocurrido en Venezuela.
Ojalá la tragedia venezolana sirva para abrirles los ojos a muchos populistas bien intencionados. A nivel global sus consecuencias serán limitadas. No se puede decir lo mismo de la reaparición del populismo en el hemisferio norte, ya que plantea un desafío al orden político internacional establecido después de la Segunda Guerra Mundial y al sistema económico fundado en la globalización. Hay indicios alentadores de que las sociedades avanzadas poseen antídotos institucionales y culturales contra el populismo más fuertes que las de América Latina. Si no fuera así, en las próximas décadas viviremos en un mundo mucho más inestable, menos próspero y más peligroso.
Por Emilio Ocampo. Miembro del Consejo Académico de la Fundación Libertad y Progreso y profesor en la UCEMA y New York University. (EL DIARIO, DE URUGUAY)
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