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A una década del incendio de la municipalidad de Oberá

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Ciudad de Oberá, Misiones. Año 2009. En una fría noche de un viernes 19 de junio que buscaba entregarle la posta al sábado que sería el Día de la Bandera Nacional, a eso de la una de la mañana, algo llamó la atención de un sereno de la cuadra. Del edificio sede de la Municipalidad, en la calle Jujuy 55 en pleno centro, salía humo.

A una década del incendio de la municipalidad de Oberá

[vc_row][vc_column][vc_column_text]Ciudad de Oberá, Misiones. Año 2009. En una fría noche de un viernes 19 de junio que buscaba entregarle la posta al sábado que sería el Día de la Bandera Nacional, a eso de la una de la mañana, algo llamó la atención de un sereno de la cuadra. Del edificio sede de la Municipalidad, en la calle Jujuy 55 en pleno centro, salía humo.[/vc_column_text][vc_single_image image=”245851″ img_size=”full” alignment=”center”][vc_column_text]Los bomberos, cuyo cuartel estaba ubicado en forma contigua a la sede municipal, entraron y revisaron. Constataron que había humo. Y se fueron. Nadie quedó de guardia por precaución. Por el humo que había, que no era de un par de tipos fumando cigarrillos. Era algo más. Súbitamente, alrededor de las cuatro y media, tres horas después de haber revisado (?), Hefesto (el dios del fuego en la mitología griega) se hizo amo y señor de buena parte del edificio. Los bomberos volvieron. Ya era tarde. Intentaron enfrentar a Hefesto pero ni siquiera pudieron encontrar la boca de expendio de agua. Al otro día, el jefe del Cuerpo de Bomberos dijo que la boca de expendio “estaba tapada con barro”. Utilizaron agua de una oficina de la empresa “Telecom”, adyacente al desdichado edificio.  A las seis y media de la mañana, después de dos horas de lucha cuerpo a cuerpo, Hefesto se paseó victorioso sobre el “salón San Martín” y más del ochenta por ciento de lo que había sido, hasta aquél 20 de junio de 2009, un orgullo edilicio de los obereños. Municipalidad quemada.

“Fue una maldita cosa rápida”, cuentan que dijo el general Wellington después de Waterloo.

Y también fue una cosa muy rápida, y muy maldita, la vuelta de página que se dio. Incendiada y con todos los interrogantes que se desprendían del más elemental sentido común, la información dada fue modestísima y el resto, lo sustantivo, se blindó. En conferencia de prensa (del tipo que le gusta a la renovación: pone-micrófonos seleccionados transmitiendo la perorata oficial sin preguntas incómodas ni repreguntas) el alcalde Rindfleisch se limitó a describir una situación general de los hechos y se lamentó (?), señalando que la empresa aseguradora-Sancor Seguros- había realizado el peritaje correspondiente y que todo había sido un lamentable accidente. Agradeció a la aseguradora por “adelantarle” parte del monto del seguro, en un gesto humanitario inédito para una compañía de seguros de riesgo (hay que aprender todo de nuevo). Y enseguidita se habló de un nuevo edificio a construir. El entonces diputado provincial Orlando Schuster, obereño, presentó un proyecto de Comunicación en el que solicitó que el Poder Ejecutivo misionero, a través del Ministerio de Gobierno, mande en forma urgente a la Legislatura un informe detallado del hecho. Nunca le contestaron.

El 14 de septiembre de 2009, tres meses después, el gobernador Maurice Closs le entregó a Rindfleisch un subsidio por un millón de pesos, gestionado ante el estado nacional, para la construcción de un nuevo edificio municipal.

En tiempos de faraones, bienvenidas eran las pirámides. La idea que surgió fue la de construir un edificio en un terreno céntrico amplísimo. La obra iba a tener un costo final de diecinueve millones de pesos de entonces. Terminó saliendo veintidós.

Se remodeló el centro cívico, lo que provocó el enojo para adentro de muchos obereños que tenían queridos recuerdos del lugar, y no hubo dinero para más. De modo tal que el gran proyecto se redujo a la construcción del edificio municipal, obra que se reactivó en 2015, pero con una dimensión espacial mucho más acotada de lo pensado y levantada sobre las ruinas del edificio quemado.

El 15 de abril de 2019, mes y medio antes de los comicios provinciales y comunales, el gobernador Hugo Passalacqua y el alcalde Carlos Fernández inauguraron la primera parte de ese edificio  en Jujuy 55. Por supuesto, después de la foto y del infaltable apoyo de las focas aplaudidoras, todos se fueron, el nuevo edificio quedó vacío y la municipalidad  sigue funcionando en el inmueble que le alquila a la CELO en la calle Buenos Aires. Todo sin que nadie explique en qué otro lugar del planeta existe esa costumbre de inaugurar “partes” de un edificio público. Que luego quedan en desuso, además.

Algunos interrogantes sobre el siniestro de aquella noche de junio, de la que hoy se cumple una década, que nunca tendrán respuesta:

-¿El principal edificio público de la segunda ciudad misionera carecía de alarmas y sensores, algo que se puede encontrar en un simple local comercial?

– Si había alarmas y sensores, ¿no funcionaron?

– ¿Qué clase de peritaje profesional es aquél en el que se constata que hay humo y todos se mandan a mudar del lugar sin dejar a nadie haciendo guardia?

-¿Cómo es posible que se incendie un edificio que está al lado del cuartel de bomberos y los bomberos no lleguen a tiempo?

-La boca de expendio de agua, en pleno centro de Oberá, no funcionaba.

-Se quemaron en un ciento por ciento sectores estratégicos como el de Finanzas. Llamativo, ¿no?

-La justicia y la legislatura, dos poderes del estado provincial, no respondieron aunque les preguntaron sobre el asunto. ¿Por qué?

-Se montó un operativo mediático para que no se hable más del edificio viejo y se pusiera atención en la necesidad de uno nuevo. ¿Por qué?

-Para darle una veta surrealista al asunto, poco tiempo después se declaró “lugar histórico” al siniestrado edificio de Jujuy 55. Se colocó allí una placa, otorgada por la “Junta de estudios históricos de Oberá”. Histórico y todo, fue demolido.

Una vez más Rindfleisch usó astutamente a su aparato de propaganda para transformar la discusión, que dejó de ser ética, en estética. La sociedad no se preguntó si demoler el viejo centro cívico estuvo bien o mal. Quiso conocer al nuevo para opinar si había quedado lindo o feo. Como es sabido Rindfleisch nunca debió dar explicaciones y la renovación siguió ganando elecciones.

Como siempre en Oberá, acá no pasó nada.[/vc_column_text][vc_column_text][bctt tweet=”A una década del incendio de la municipalidad de Oberá” username=”misionescuatro”][/vc_column_text][vc_tweetmeme][vc_facebook][vc_column_text]


Por Walter Anestiades para MisionesCuatro.com

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