Opinión

Callarse hablando

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Columna de opinión de Walter Anestiades, corresponsal de MisionesCuatro

Callarse hablando

“Al hombre se le dio la palabra para que pueda disimular lo que piensa”, sostuvo el Príncipe de Talleyrand, aquél canciller francés que supo sobresalir antes de Napoleón, con él, y aún después de Waterloo.

La decadencia educativa que la sociedad argentina viene tolerando desde hace demasiado tiempo no es inocua. Provoca que demasiados problemas serios se traten de un modo banal y eso se verifica claramente en debates como el que, por estas horas, provoca la intención del gobierno nacional de expropiar la empresa “Vicentín”.

El guión que Cristina Kirchner entregó a sus dirigidos marca que hay que hablar de “estatizar” o “nacionalizar” la empresa. Son las palabras que se usan para disimular la verdadera intención, que es “kirchnerizar” la empresa. ¿Qué significa kirchnerizar? Apropiársela, que la maneje algún amigo, y usarla como otra “caja” para hacer política. No es una opinión. Es algo que hace treinta años que la vicepresidente y su difunto marido han venido haciendo, desde que coparon Santa Cruz. Hay tantos ejemplos nacionales al respecto que si alguien no recuerda ninguno debería plantearle a su médico de cabecera la posibilidad de incorporar más vitaminas del complejo B a su organismo, especialmente la B1, que es magnífica contra el deterioro de la memoria.

El desaprovechamiento de la experiencia, que en este caso consiste en no asumir que quiénes manejan hoy el país ya gobernaron doce años y ese es un tiempo suficiente para más o menos saber adónde apuntan, se suma a la acción de quiénes, desde la vereda de enfrente, se enganchan en pseudo-debates. Así se pierde tiempo y energía discutiendo sobre lo que algo parece, pero no sobre lo que algo es.

El debate estado vs privado no es para esta Argentina. Donde, de nuevo, abundan ejemplos de que tanto el estado como los privados-a los que nadie controla-, dan pésimos servicios y son capaces de asaltar a mano armada.

No debería ser difícil de entender. En nuestro país hace rato que no hay gestiones, hay proyectos de poder que siempre les reparte las mejores porciones de la torta a las primeras líneas de su grupo, les da un pedacito durante un tiempo a las segundas, y les tira las miguitas al resto. Se vienen diferenciando en que unos fabulan mejor que otros. Hoy ese proyecto de poder es nuevamente el de Cristina Kirchner-una fabuladora brillante-, ansiosa de impunidad y de tomarse revancha de sus enemigos. Para eso ideó el efectivo plan de ir detrás, pero solo en la boleta, de un Alberto Fernández que toda su vida política ha sido un cínico. Pero como definía al cinismo Oscar Wilde, “aquél que conoce el precio de todo y el valor de nada”. Hay una dirigencia opositora que se niega a tomar ácido fólico y que viene de gobernar tan mal que provocó que en apenas 1.461 días los que habían votado a Macri para botar a Cristina, votaran a Cristina para botar a Macri. Y se sabe que Cristina no estatiza a las empresas. Las “kirchneriza”. Y se sabe que odia a los periodistas y a los dirigentes que no se le someten. Y que tiene de nuevo bajo su pie a un peronismo temeroso de cantarle la marchita a ver si la entiende de una buena vez. Y que es capaz de atropellar a jueces y fiscales hasta que se depriman y se suiciden. Y que volverá a hacer todo lo posible por castigar a la clase media urbana que nunca la elige.

Frente a tal panorama están quiénes se adaptan dócilmente por conveniencia o por temor, y quiénes resisten con más o menos fervor. Punto.

Sin embargo, y bien que lo planteó Talleyrand, se usan las palabras para decir muchas cosas, excepto las que se piensan acerca de lo que sucede o las que sirven para interpretar lo que sucede. Por miedo, sí. Pero también por comerse los amagues. Así se generan debates absurdos. Gente que habla de las deudas de la empresa Vicentín, del mal manejo de sus dueños, de estados contables y de préstamos bancarios y bla, bla, bla. Suele ser la misma gente que se enteró que existía Vicentín hace tres días y que al oír que la sede está en Avellaneda, no pensaron en la provincia de Santa Fe, sino que sería enfrente de la cancha de Independiente.

Se habla a favor y en contra de la meritocracia cuando hace años que no es el mérito sino el demérito lo que determina nuestras chances de progreso. Hablamos de la meritocracia que está muy lejos. Y no hablamos de la deméritocracia que está muy cerca.

Hay peronistas, pero ya no hay peronismo. Hay una oposición que no ejerce como tal. Hay un liberalismo aún nostálgico de Martínez de Hoz. Hay una izquierda apolillada a la que nadie le pone naftalina. Hay una “nueva política” que hace lo mismo que la vieja. Hay un sistema educativo que se sostiene en alejarse de la exigencia. Hay una sociedad que opta no por la libertad sino por “buenos amos”. Hay gente que no lee, pero dice que sí. Y hay debates banales sobre asuntos delicados.

Demasiado tiempo perdido por no verificar cuál de los cables que va del cerebro a la lengua está quemado. Y por dejar que la honestidad intelectual, igual que la otra, caiga en desuso.

No en cualquier sociedad se puede hablar de “soberanía alimentaria” por quedarse con una empresa cuya mayor exportación es la harina de soja a Europa y a China. Y que eso pueda sonarle verosímil a unos cuántos.

Se necesita una sociedad que se vaya embruteciendo, llenando de temores y se acostumbre a la autocensura.

Que use las palabras ya no para hablar. Sino para callarse.

Walter Anestiades para MisionesCuatro.com

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