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Abelardo Castillo, un premio literario y una amistad que quedó trunca

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Máximo Chehin, ganador del primer Premio Literario de la Fundación El Libro, relató su increíble charla con el autor recientemente fallecido. “Me sirvió para comprender que además de ser un escritor genial era una persona tremendamente generosa”, reveló.

Abelardo Castillo, un premio literario y una amistad que quedó trunca

[vc_row][vc_column][vc_column_text]Máximo Chehin, ganador del primer Premio Literario de la Fundación El Libro, relató su increíble charla con el autor recientemente fallecido. “Me sirvió para comprender que además de ser un escritor genial era una persona tremendamente generosa”, reveló.[/vc_column_text][vc_media_grid element_width=”6″ grid_id=”vc_gid:1494071376333-bd892761-2653-9″ include=”104009,104010″][vc_column_text]

Miércoles, tarde. Suena el teléfono en una casa del barrio porteño de Villa Urquiza.

-Hola, ¿Máximo Chehin? -dice la voz.
-Sí, ¿quién habla?
-Abelardo Castillo.

Máximo piensa “¿El Abelardo Castillo?”. Y sí, es el eximio escritor argentino, fallecido durante esta semana. El autor de El que tiene sed lo contacta luego de haber leído Salir a la nieve, el libro de cuentos de Chehin, entonces sin publicar, que se quedó con la primer Premio Literario de la Fundación El Libro, que otorgó la Feria del Libro la semana pasada.

“La charla no duró más de una hora. Abelardo tenía algunas observaciones muy precisas sobre cuestiones de estilo y de uso del lenguaje en varios cuentos, que fueron importantísimas a la hora de corregir el manuscrito final”, contó Máximo a Infobae.

Castillo junto al chileno Antonio Skármeta, Luisa Valenzuela Daniel Divinsky y Pablo De Santis formaron el jurado que seleccionó Salir a la nieve entre más de 200 textos inéditos. El premio tiene como objetivo buscar a las nuevas plumas de las letras argentinas, que sean desconocidos para el gran público y, de esta manera, convertirse en una plataforma de lanzamiento para una carrera literaria.

“La primera sensación fue de incredulidad, porque uno participa de concursos de esta magnitud, con jurados de este calibre, en un país donde tanta gente escribe tan bien, con una expectativa bastante baja. Después vino una alegría enorme, pero la incredulidad permanece ahí, al fondo”, sostuvo.

Máximo, tucumano, oriundo del pequeño pueblito de Aguilares, todavía no se recupera del asombro, uno de los cuentistas más importantes de la literatura argentina se tomaba unos minutos para ayudarlo. “Lo sorprendente es que, como la Fundación no les permitió a los jurados quedarse con los originales, a estas correcciones me las dictó de memoria, casi dos meses después de haber leído el texto. Además, con un nivel de detalle increíble: me dijo, por ejemplo, que el uso de tal pronombre tal cuento era incorrecto, o que la descripción de ciertas acciones sobraba en tal otro. También tuvo palabras muy cálidas y elogiosas para los cuentos que más le habían gustado”.

“Yo lo tenía a Abelardo allá arriba, en el Olimpo de los grandes escritores, pero esta charla tan breve me sirvió para comprender que además de ser un escritor genial era una persona tremendamente generosa, capaz de tomarse el trabajo de memorizar los problemas de un libro para enseñarle a su escritor, yo, un desconocido, cómo tenía que mejorarlo. Fue algo muy conmovedor, realmente, y que voy a recordar siempre”, agregó.

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El libro consta de 12 historias que surgen “siempre de la experiencia”: “De algo que escucho, que veo, de alguna conversación, de algo que me ocurre. No escribo un cuento en base a una idea, sino todo lo contrario: algo externo genera la idea del cuento. Hay una especie de lámpara que se prende por un instante, como el flash de una cámara. Nueve de cada diez de estas ideas terminan en nada, pero, si tengo suerte, una prende raíz y comienza a germinar el cuento”.

Para Chechin el hecho de que hayan elegido un libro de cuentos por sobre una novela es un aliciente para un género que tiene menos espacio en las escaparates de las librerías: “Argentina es un país de grandes cuentistas, y creo que eso es una tradición que perdura: hay escritores argentinos jóvenes y de trascendencia internacional, como Samanta Schweblin, que son antes que nada escritores de cuentos. El cuento lamentablemente vende poco, quizás porque no está tan expuesto como la novela por las grandes editoriales, pero la gran cantidad de editoriales independientes que tenemos en Argentina, y que están más dispuestas a tomar riesgos con material de calidad, contribuye a ampliar el lugar del cuento mediante la difusión de artistas nuevos. Premios como el del Fondo Nacional de las Artes, o el de la Fundación El Libro, que ayudan mucho a que el cuento tenga el espacio que le corresponde en nuestro medio”.

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