[vc_row][vc_column][vc_column_text]De visita en Buenos Aires, el escritor brasileño habló sobre su última novela, “Descubrí que estaba muerto”, que tiene también su versión cinematográfica, aunque no es una adaptación. También se refirió a la autobiografía como género y a su rechazo a “los libros positivos que intentan vender una certeza”.[/vc_column_text][vc_single_image image=”116364″ img_size=”full” alignment=”center”][vc_column_text]
“La literatura argentina es tan importante como la brasileña en cuanto a mi formación como lector. En ese sentido soy un poco alienígena en Brasil y también acá, porque no soy una cosa ni la otra, estoy en la frontera”. El que habla es João Paulo Cuenca, detrás de sus anteojos de marco oscuro -que luego se quitará para las fotos- y una pequeña taza de café que bate con cuidado. Debe ser ya el cuarto de esta mañana, sin embargo tiene la serenidad de un maestro zen. Afuera llueve y, pese a ser las 11 AM, el cielo se ha ennegrecido de repente. Si bien nació en Río de Janeiro en 1978, su padre es argentino y aquí tiene a gran parte de su familia. Desde chico venía de visita, cosa que hoy continúa haciendo, por eso domina el español con elegancia. Sin embargo, dice que no se anima a traducir él mismo Descubrí que estaba muerto (Tusquets), la novela que acaba de salir en el mercado latino: “Respeto demasiado la lengua, y a los escritores que escriben en español. Martín Caamaño hizo una traducción perfecta”.
Su vida entre ambas naciones es un puente o, como él dice, una frontera. Habla de literatura argentina como cualquier lector local y confiesa tener “escritores fetiches de acá como Ernesto Sábato, Roberto Arlt y Juan José Saer. Leí muchas cosas… Piglia, por ejemplo. Podría empezar a hablar sin fin. Para mí la argentina es una escuela tan importante como la brasileña”. Porque, ¿qué es un país sino apenas un lugar, unas manchas de colores más en el globo? ¿Y cómo distinguirlo sino es, como decía (la escritora cubana) Daína Chaviano, alejándonos un poco, como cuando estamos frente a una pintura? En el entrepiso del Recoleta Grand Hotel, la charla fluye y su libro, boca arriba sobre la mesa, es el tema de conversación: “Quise trazar un retrato. Tenía ganas de usar el dispositivo de investigación policial para retratar la ciudad y lo que es ser un escritor en Río”.
J.P. Cuenca no sólo es el escritor de esta novela, también es el personaje principal. En las páginas, J.P. Cuenca recibe una notificación policial: le informan que está muerto. Ante el absurdo malentendido, va a la comisaría a dejar constancia que no es así, que está bien vivo, que respira, odia y consume como cualquier ser vivo. Esa extraña secuencia, la de la reivindicación de su identidad, da lugar para pensar a Río de Janeiro en los tiempos previos a las Olimpíadas, una ciudad que se reconstruye para recibir visitas y, por supuesto, guardar bajo la alfombra toda la mugre, la escoria, lo que sobra, lo que el turista no quiere ver. “Yo encontré ahí un cruce entre el robo de mi identidad y la disolución de la identidad de la ciudad, la tentativa de borrarla y poner otra en su lugar. Hay como una crisis existencial, por así decirlo, de este personaje escritor y de la ciudad. Todo este proyecto existe sólo por eso: por el lugar”, explica.
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– ¿Te genera algún resquemor la etiqueta de la novela autobiográfica?
-No tenía ningún plan de componer una novela autobiográfica o de ponerle al personaje mi nombre, pero eso pasó cuando decidí usar los documentos de la historia, y ahí estaba mi nombre, entonces me pareció como inevitable. Tenía que hacerlo. Era una decisión que al inicio no era muy confortable, pero mis referencias no fueron las novelas autoficcionales de ahora o de los años 60 en Francia, sino especialmente una novela de Conrad, El corazón de las tinieblas, y una novela de Lima Barreto que es un escritor de Río del inicio del siglo XX que describe a la burguesía, a los periodistas, escritores y políticos de su momento. Esos dos escritores estaban haciendo cosas mucho antes. Conrad es más conocido, pero Lima Barreto, que es como Roberto Arlt pero negro, hijo de esclavos, era un gran cronista de Río, y escribió novelas muy ácidas sobre sus pares escritores, sobre la prensa y sobre los diarios donde trabajó. Ese tipo fue como una luz para mí. Pero sí, la gente siempre va a ponerlo en una caja, en una etiqueta, pero espero que si la novela es buena pueda ir más allá de eso.
– Describís de una forma muy descarnada la ciudad de Río, no sólo la desigualdad en sí, también cómo esas desigualdades se materializan en la urbanística…
– Históricamente el Estado brasileño no está al servicio de su población, está al servicio del capital y las oligarquías, y todas las reformas urbanas y los planes de renovación especialmente de Río son hechos bajo esta lógica, entonces es un poco cíclico. Ya habían hecho eso en el centro de Río hace 100 años cuando expulsaron a millones de personas en el centro para abrir avenidas francesas, y ahora estaban haciendo eso en regiones portuarias en manzanas como en las que murió el tipo de la novela, ese que tenía la misma partida de nacimiento que yo. Yo creo que esta configuración en que el Estado y las fuerzas policiales se ponen contra la población, además defendiendo esta transferencia de dinero de los más pobres a los más ricos, es la eterna tragedia de Brasil. Sin embargo, el libro describe, no sólo eso, sino también la gestación de la crisis que vivimos ahora. Los bastidores de lo que está pasando.
– ¿Cómo empezó la literatura en tu vida?
-Fue de chico, empecé como lector compulsivo. Yo tenía muchas bibliotecas públicas cerca de casa, además una en la escuela, y muchos libros en mi casa también. Entonces mi vida lectora, entre los 8 y los 14, fue lo más fuerte. Nunca más voy a leer como en esa época, tanta cantidad y con esa voracidad. Creo que eso me hizo el escritor que soy. Años más tardes, cuando empiezo a escribir, lo hago en diálogo con estas cosas. Creo que la historia de la literatura es la historia de un muy largo diálogo entre libros de escritores. Estamos siempre hablando con otros que vinieron antes. Con suerte alguien en el futuro va a conversar con nosotros.
– ¿Cómo ves la escena literaria de hoy?
-Creo que soy parte de una generación de escritores latinoamericanos fuerte, pero la tragedia es que me parece que hay cada vez menos lectores, porque estamos dividiendo la atención. La novela fue central en el siglo XIX y después vinieron otras cosas. Antes era la ópera o la poética, qué sé yo. Y ahora tenemos Netflix; entonces los escritores ahora estamos compitiendo con Netflix, y no es fácil. Pero no puedo reclamar: mis libros son leídos y traducidos, pero ahora la literatura pierde un poco de centralidad y al mismo tiempo es la forma central del arte, que fagocita otras formas de arte. Todo entra: el cine, la pintura, las artes visuales, la performance. En cierta manera veo que las novelas de ficción seguirán mientras exista la humanidad como algo relevante y central, pero no sé si el mercado acompañará su importancia.
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“Lo que me molesta son los libros que son positivos, en el sentido de que intentan vender una certeza. Para mí la literatura es el campo de la duda. Yo termino de leer una buena novela sabiendo menos, con más dudas sobre quién soy, sobre mi existencia, sobre los afectos, sobre la ciudad, sobre el país, sobre todo. Ese me parece que es el campo de la investigación literaria”, comenta con ambos codos sobre los apoyabrazos de un excéntrico sillón beige. Su idea de la literatura es justamente esa: sembrar preguntas, incitar al caótico proceso de la reflexión. Como quien viaja por el mundo sabiendo que no hay verdades, que nunca descifraremos el sentido de la vida o hacia dónde conduce el túnel después de la muerte, Cuenca se expresa, pero lo hace con mucha cautela, incluso sonríe para que ese dramatismo se disuelva en ironías. En Descubrí que estaba muerto se aprecia muy bien esta postura: un humor que permite ver la tragedia del mundo sin huir espantado.
Pero Descubrí… no es sólo una novela, también está la película, que presentó en el BAFICI. Sin embargo, a diferencia de lo que se cree, “es una obra complementaria, no es una adaptación. Dialogan, a veces se complementan, otras se contradicen. Es como un rompecabezas donde yo pongo las piezas para añadir un nivel más de lectura o de experiencia narrativa. Puedes ver la película y no ver el libro, o al revés, y quizás cuando lees el libro y después ves la película vas a saber menos que al inicio, y me parece interesante que transmitir más dudas que certezas, no sólo sobre el caso policial, también sobre todos los temas”. Ambas piezas se escribieron en simultáneo y hay ahí una búsqueda para que cada disciplina, potenciando las respectivas especificidades, se encargue de aportar una mirada sobre el objeto que a Cuenca tanto lo inquieta: los cambios que experimenta el paisaje de la ciudad.
– ¿Cómo surgió la idea de hacer la película?
– Empecé a escribir la novela y tenía amigos cineastas, y uno de ellos se interesó en producirla. Los procesos fueron todos simultáneo: entre pre-producción, rodaje y edición yo estaba escribiendo el libro. Siempre quise hacer cine, desde niño, pero no soy un ser tan social. Hay que reunir gente para hacer cine. Las novelas se escriben solas. Cuando yo llegué a esta manzana que te cuento que veo la cosa en construcción, un edificio espejado al lado, moderno, los caserones del siglo XIX cayendo, me digo: “hay algo aquí que quiero capturar”. Entonces empecé a sacar fotos. Era un momento gris, el proceso. Pero después entendí que era mejor filmar. La película puede ser buena o mala, qué se yo, pero captura un momento histórico de esta parte de la ciudad que ya es otra.
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– Volviendo a tu libro y a las lecturas de Lima Barreto y los escritores argentinos que mencionaste, ¿cuál creés que es la función de la literatura? ¿La tiene?
– La función de la literatura es la misma que la del arte. Al principio es inútil y debemos pelear para que mantenga su inutilidad, en el sentido de no contaminarla con la lógica utilitaria, pero no creo que sea inútil, sino que es aútil. El problema para mí es que yo trabajo con una forma de arte que se ha convertido en un tema de estudio en las escuelas, en las redacciones, en los exámenes, y eso es un poco perverso porque muchas veces en la cabeza de los niños, por ejemplo, está la idea de que “ah, es un tema para un examen”. No, es una forma de arte, que no tiene que probarte nada ni enseñarte nada. Tiene que provocarte, sacarte de lugar. Es otra relación, es como un cuadro. Pero infelizmente en el siglo XX la literatura entró en el campo de la escuela. Creo que eso cambió un poco la manera en cómo la gente ve los libros. Eso me incomoda un poco: que los libros entran a tu vida para hacerte mejor automáticamente, ¡podrían hacerte peor! Pueden ser peligrosos, pueden darte ideas peligrosas. Incluso los más interesantes para mí son esos. Es la idea de saber menos, de tener más dudas, de tener menos certezas, de estar fuera del equilibrio. ¿Y esa idea de literatura es útil para la sociedad? ¡No, es corrosiva! ¡Es antisistema total!
– ¿Y cómo es en el caso del cine?
-El cine me parece diez millones de veces más difícil de hacer. Uno tiene que aprender a vender la película antes de que exista, para tener dinero para hacerla. La novela no, yo me encierro cuatro años a escribirla y no se la muestro a nadie, y después se la muestro a un editor que, con suerte, la va a publicar. Con el cine tengo que hacer un discurso defendiendo y vendiendo un discurso que no existe. ¡Es una locura! Es muy difícil de hacer, pero cuando la haces me parece, no más fácil, pero es un producto que es más automático que la gente lo consuma: van a hacer play en su computadora o en la sala de un cine y pasar una hora y media ahí. Es una experiencia más cotidiana que abrir un libro. Yo no creo que hoy en día leer un libro sea tan popular como ver una película en Netflix. Es más difícil pero al final es más fácil convencer a la gente de verla.
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– A partir de internet, ¿cambió mucha la forma de escribir? ¿Cómo fue en tu caso, que viviste el mundo desde ambos lados?
– Cambió la forma de divulgar, pero no de hacer. Yo no creo que nadie todavía haya utilizado internet como plataforma de creación, de componer una novela en internet, es decir, poner a los personajes en este mundo y hacer las tramas ahí. Me refiero a crear personajes en Facebook, Instagram, Twitter y ponerlos a conversar entre ellos. Hacer como una trama enorme usando los recursos de la red. Eso sería como escribir algo usando internet como un bolígrafo. Pero, aparte de eso, lo que más me ayuda es para recordar cuando estoy viajando: por ejemplo, estoy en Río y quiero escribir una historia que suceda en Callao y Las Heras pero no recuerdo bien esa esquina. Voy al Google y tengo una cámara que me va a enseñar cómo es el edificio, los datos biográficos de tal personaje. Esta gran enciclopedia ayuda. Eso cambia un poco la manera en cómo yo compongo la memoria, porque antes tenía que buscar mapas, ir a las bibliotecas, hacer otro tipo de investigación.
– ¿Sos de trabajar con internet, tener varias pestañas abiertas y todo eso?
– Intento, pero es muy difícil. Tengo un programa en mi computadora donde programo unas horas de desconexión y se me cierra la conexión por la cantidad de minutos que elijo. Como yo no tengo disciplina para poner el wi fi off, este programa lo hace. A veces trabajo con 45 minutos off, 15 on, y así.
– ¿Te da cierta adicción parece?
-Sí, pero al mismo tiempo te ayuda con cierta cosa práctica e información, aunque te distrae muchísimo. Es todo conflictivo.
[/vc_column_text][vc_facebook type=”button_count”][vc_tweetmeme][vc_column_text]Nota extraída de Infobae / vm.[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row]