“Música, sólo música”, nuevo libro del japonés Haruki Murakami, reúne una serie de conversaciones que el escritor mantuvo durante dos años con su amigo Seiji Ozawa -antiguo director de la Boston Symphony Orchestra- en la que se sumergen en detalles y delicias de conocidas piezas musicales, desde Brahms hasta Beethoven, y donde el autor de “Tokio Blues” despliega a fondo su conocida faceta melómana.
“Nunca había tenido la oportunidad de conversar con Seiji Ozawa sobre música hasta que comencé las entrevistas que forman este libro. Viví durante una temporada en la ciudad de Boston y a menudo, como un aficionado anónimo más sentado entre el público, asistía a sus conciertos cuando aún dirigía la orquesta sinfónica de esa ciudad”, arranca en el comienzo el famoso autor.
Según relata Murakami, el director de orquesta japonés lo visitó en su casa, escucharon música y conversaron distendidamente. Ozawa le habló entonces de sus recuerdos de cuando Glenn Gould y Leonard Bernstein interpretaron en Nueva York en 1962 el Concierto para piano n° 1 de Brahms.
“Según él, fue una experiencia irrepetible, y a medida que me lo contaba, me decía a mí mismo ‘¡Qué lástima que una historia tan fascinante se pierda sin más! Alguien debería grabarlo o dejarlo por escrito’. Y entonces pensé que esa persona podía ser yo mismo. Aun a riesgo de pecar de inmodestia, confieso que no se me ocurrió otra persona que pudiera hacerlo”, señala.
Por muy genial que sea la prosa del más famoso escritor japonés y por muy maravillosos que sean los compositores mencionados, es preciso ser amante tanto de Murakami como de la música clásica para adentrarse en este texto.
Así fue el chispazo que dio vida a este libro, publicado en Argentina por Tusquets Editores, ya que Ozawa aceptó de inmediato y se mostró muy ilusionado con el proyecto que se concretó a través de largas tardes de charlas, entre noviembre de 2010 y julio de 2011, en diferentes lugares como Tokio, Honolulú y Suiza.
“Mi único propósito como amante de la música era hablar con toda franqueza de música con un músico llamado Seiji Ozawa. Mostrar cómo cada uno de nosotros (de forma muy distinta, como es obvio) nos entregamos a ella. Me gustaría pensar que de algún modo lo he logrado”, aclara Murakami sobre este libro de no ficción.
Luego de escribir algunas de las mejores novelas de los últimos años -“Crónica del pájaro que da cuerda al mundo”, “Tokio Blues” o “Kafka en la orilla” -que en Argentina fueron apareciendo en el orden inverso a cómo se fueron publicando en su Japón natal- Murakami demuestra con “Música, sólo música” que a esta altura de su carrera puede y quiere escribir sobre lo que desea y cómo lo desea: un volumen de preguntas y respuestas, con un músico que admira, sobre un género que le apasiona, convertido para la ocasión en una suerte de efímero periodista.
Por muy genial que sea la prosa del más famoso escritor japonés -y que vuelve a demostrar aquí también, incluso con sus comentarios y preguntas- y por muy maravillosos que sean los compositores mencionados, es preciso ser amante tanto de Murakami como de la música clásica para adentrarse en este texto.
Es para aquellos lectores que está destinado este libro de manera implícita: los que admiran a Murakami tanto o más como la devoción que él demuestra por Ozawa y por la música.
Una vez dicho esto, el libro puede -e incluso debería- ser leído mientras suena la lista de reproducción “Música, solo música” que Tusquets armó especialmente en Spotify: un set de nueve horas -como decíamos, para fanáticos- donde aparecen -en el mismo orden que en el libro- las más grandes composiciones clásicas.
Sinfonías de Johannes Brahms, Ludwig van Beethoven, Igor Stravinski, Giacomo Puccini, Gustav Mahler, Gioachino Rossini, conciertos y fragmentos de grandes óperas como “La Boheme”, “El barbero de Sevilla” y las cantatas de “Carmina Burana”, entre otras tantas melodías se va sucediendo mientras entrevistador y entrevistado desgranan anécdotas, detalles, confidencias y comentan las distintas interpretaciones.
El itinerario comienza exactamente con el director de orquesta Leonard Bernstein y el solista Glenn Gould interpretando un concierto de Brahms en 1962, aquel mismo episodio que hizo pensar a Murakami que alguien debía reunir todos aquellos recuerdos en un libro.
En un pasaje del diálogo, Murakami señala: “Cuando yo vivía en Italia recuerdo que los periódicos publicaban a menudo crónicas del tipo ‘Sonoro abucheo anoche a Ricciarelli en Milán’. Me sorprendía mucho que un abucheo en la ópera terminase convertido en noticia”.
A lo que Ozawa ríe con ganas y responde “La primera vez que me abuchearon fue con Tosca, en la Scala. Gritaban como locos sin cohibirse en absoluto”, cuenta entre risas, y recuerda que en aquel entonces Pavarotti lo consoló; el cantante italiano le dijo: “Mira, Seiji. Si te abuchean, quiere decir que has llegado a lo más alto en el mundo de la música”.
Es sabido que a Murakami le apasiona tanto el jazz como la música clásica, lo que lo llevó no solo a regentar en su juventud un club de jazz, sino a impregnar de referencias y vivencias musicales la mayoría de sus novelas y obras.
Esta idea retoma Ozawa en el último tramo del libro, en el que se dirige directamente al lector: “Tengo muchos amigos a los que les gusta la música, pero el caso de Haruki Murakami supera los límites de lo corriente. Ya se trate de música clásica o de jazz, no es sólo que le guste o no, es que la conoce de verdad. Sabe detalles asombrosos, antiguas historias de músicos… Siempre me sorprende. Asiste regularmente a conciertos de música clásica y de jazz y en casa escucha discos sin parar. Sabe cosas que yo ni siquiera imaginaba”.
Y prosigue: “Después de someterme a una grave operación a causa de un cáncer de esófago, cuando no sabía qué hacer con todo el tiempo libre del que disponía, Murakami nos invitó a toda la familia a su casa de Kanagawa. Mientras los demás charlaban en la cocina, Haruki y yo nos encerramos aparte en una habitación para escuchar unos discos muy especiales, dice retomando el disparador del libro, tal como lo relató el autor: “Una vez que los recuerdos se despertaron en mí, ya no fui capaz de frenarlos”, admite.
“Sobre los coleccionistas de discos”, “Brahms en el Carnegie Hall”, “La relación de la escritura con la música” y “Las alegrías de la ópera” son algunos de los lúdicos títulos que Murakami ha decidido dar a los breves capítulos que van hilvanando cada tema.
Nacido en Kioto en 1949, Murakami vende sus libros por millones en todo el mundo. Ha recibido numerosos premios, entre ellos el Noma, el Tanizaki, el Yomiuri, el Franz Kafka, el Jerusalem Prize y el Hans Christian Andersen, y su nombre ha sonado -ya demasiadas veces- como candidato al Nobel de Literatura.
Es autor de “Tokio blues. Norwegian Wood”, “1Q84” y “Los años de peregrinación del chico sin color”, “Underground”, “De qué hablo cuando hablo de escribir”, “La chica del cumpleaños”, “Sauce ciego, mujer dormida” y tantos otros.
Fue profesor de Princeton y traductor al japonés de la obra de Salinger, Scott Fitzgerald, Raymond Carver, Truman Capote y John Irving.
Alguna vez ha dicho que para él, “escribir novelas es un reto y escribir cuentos es un placer”. Solo resta saber en qué categoría incluirá este autor a la transcripción de una conversación extendida a lo largo de los años, en la que Murakami y Ozawa escucharon juntos decenas de piezas musicales, de los más destacados compositores de la historia de la música.