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Tesoro de libros: la biblioteca de Bioy Casares será pública

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La Biblioteca Nacional, en la figura de su director, Alberto Manguel , y los investigadores Laura Rosato y Germán Álvarez, consiguió convencer a un grupo de particulares, empresas y fundaciones de que compraran, por 400.000 dólares, una de las bibliotecas privadas más importantes del país.

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Tesoro de libros: la biblioteca de Bioy Casares será pública

[vc_row][vc_column][vc_single_image image=”91810″ img_size=”full” alignment=”center”][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column][vc_column_text]Adolfo Bioy Casares señaló alguna vez que entre los mejores recuerdos de su vida estaban aquellas noches en las que, junto a Borges, anotaron las obras de sir Thomas Browne, admiraron la agudeza de Gracián o eligieron con Silvina Ocampo los textos que integrarían la célebre Antología de la literatura fantástica.

Los libros que contenían las huellas de esas intensas jornadas de trabajo intelectual estuvieron más de 15 años en 330 cajas, que terminaron en el subsuelo de un depósito de la calle Sarmiento, presas de una compleja trama sucesoria que ayer empezó a resolverse.[/vc_column_text][vc_single_image image=”91808″ img_size=”full” alignment=”center”][vc_column_text]La Biblioteca Nacional, en la figura de su director, Alberto Manguel , y los investigadores Laura Rosato y Germán Álvarez, consiguió convencer a un grupo de particulares, empresas y fundaciones de que compraran, por 400.000 dólares, una de las bibliotecas privadas más importantes del país. Ya firmada la carta de intención y una vez concretada la operación, los 17.000 volúmenes del acervo serán donados a la institución para que ese material, de valor incalculable, no termine desperdigado por el mundo.

Una tasación inicial de la biblioteca personal de Bioy Casares la había hecho el librero de anticuario Alberto Casares antes de 2006. Pero nunca pudo terminar un inventario minucioso. Por eso, Rosato y Alvarez contaron con la colaboración del traductor y crítico Ernesto Montequin, albacea de los papeles de Silvina Ocampo y una de las personas que más conoce esta biblioteca -fue su administrador por decisión judicial durante una parte de la sucesión-. Montequin los condujo por ese laberinto de 17.000 libros que tapizaban cada una de las paredes del departamento de novecientos metros de la calle Posadas, donde vivieron Bioy Casares y Silvina durante toda su vida.

“La singularidad absoluta de esta biblioteca -explicó Montequin en la conferencia donde se dio la gran noticia- es que se trata de la biblioteca de dos enormes escritores argentinos pero también la de un tercero, que es Borges, ya que guardaba muy pocos libros en su casa.” Fue la biblioteca de tres personas que tenían a la literatura como pasión dominante y que funciona, de algún modo, como un laboratorio: es una biblioteca de trabajo. Ni de bibliófilos ni de coleccionistas. Los ejemplares que la integran fueron leídos, usados, escritos, comentados. A partir de ella se puede aprender no sólo “qué” leyeron sino “cómo” leyeron estos autores. Allí radica el valor de estos libros. “Es una biblioteca viva”, dijeron ayer.[/vc_column_text][vc_media_grid element_width=”6″ grid_id=”vc_gid:1487513593899-c64f5ffb-8870-6″ include=”91811,91812″][vc_column_text]Todos los implicados sabían que era fundamental que estos libros no se perdieran. La biblioteca es un microcosmos, y una vez que empieza a dispersarse no se puede reunir nunca más. En este caso, y para los investigadores en particular, el todo vale más que la suma de las partes. Esto entendieron Rosato y Álvarez, lo había entendido Horacio González, en la anterior gestión de la Biblioteca Nacional, pero nunca pudo conseguir los fondos, y esa deuda pendiente se propuso saldar Manguel: conseguir los 400 mil dólares que pretendían los herederos de Bioy Casares.

La complejidad de la trama en la herencia de Bioy, que incluye a Fabián Bioy Demaría -un hijo que el escritor tuvo en una relación extramatrimonial, reconocido tardíamente, pero que murió en 2006, antes de que finalizara el juicio sucesorio, y cuya herencia vuelve a la madre de Fabián, Sara Josefina Demaría, y a los tres nietos de Bioy que le dio su hija Marta- es el trasfondo y la razón por la que esa biblioteca permaneció en un depósito durante más de quince años.

En ella hay desde libros de cuentos infantiles, marcados por el trazo de una niña Silvina Ocampo, o la obra completa de sir Thomas Browne, no disponible para consulta pública en la Argentina, hasta las pruebas de imprenta de “El jardín de senderos que se bifurcan”, con el prólogo agregado en correcciones manuscritas de Borges. El autor de Ficciones tenía la costumbre de seguir corrigiendo sus cuentos una vez publicados en revistas como Sur. Así sucede con el cuento “El zahir”, cuya corrección se encuentra en una de estas cajas sobre el soporte de un ejemplar de Los Anales de Buenos Aires. “Eso es de una riqueza crítico genética invaluable”, comenta Alvarez. “Es un Borges todavía reescribiéndose.”

No es lo único. Entre otras curiosidades, los investigadores podrán encontrarse, por ejemplo, con una primera edición del Finnegans Wake, de James Joyce. En la hoja de guarda, Borges y Bioy se dedican a inventar frases que empiecen con la fórmula “en menos que”, como un juego que solían hacer. En tanto, Montequin recuerda toda una sección de libros de la colección del Séptimo círculo, dedicada a novelas policiales. Tanto Borges como Bioy, obsesivos como eran, hacían correcciones de estilo entre una edición y otra. El resultado es una pequeña pero magistral lección de traducción.

Además, el acervo permite reconstruir toda una red de escritores. A partir de las dedicatorias de los libros se ilumina la relación que mantuvieron. Montequin apunta que una de las más lindas de Borges se encuentra en un ejemplar de Discusión, regalado a Silvina, donde escribió: “A Silvina, claridad, dedico estas sombras”.[/vc_column_text][vc_column_text]Lo que viene

Las joyas que puedan surgir de la conjunción entre estos enormes escritores aparecerán después del trabajo de investigación que empezarán a desarrollar Rosato y Alvarez una vez concretada la compra-venta-donación por parte de empresas como Banco Galicia o Fundación Bunge y Born, entre otros. Será a fines de marzo.

Esta donación es el primer paso que impulsa la gestión de Manguel en la Biblioteca Nacional para rastrear, preservar y poner a disposición de investigadores y del público en general (a través de exposiciones) los tesoros patrimoniales de la cultura del país y evitar la fuga a universidades o institutos extranjeros.

Los testigos que alguna vez transitaron el departamento de Posadas dicen que en una de las pocas paredes del escritorio de Bioy Casares había una carta manuscrita de Sarmiento enmarcada. En abril de 1989, en una de las entradas de su diario, Bioy se entristecía por las goteras en aquel departamento. El metálico ruido del agua en los cacharros lo angustiaba como cuando era chico. Cabe imaginar la pena de Bioy si hubiera sabido que la mayoría de aquellos libros que engalanaban su biblioteca estarían durante más de quince años en un depósito de la calle Sarmiento. En esa coincidencia quizás se esconda una broma borgeana que recién ahora empieza a dar gracia.[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column][vc_facebook type=”button_count”][vc_tweetmeme][vc_column_text]La Nación / vm.[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row]

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