Hace 45 años, con el nacimiento de Louise Brown, el hombre descubría una revolucionaria manera de reproducirse: la fertilización in vitro (la fertilización de un espermatozoide y un óvulo afuera del cuerpo humano, en una placa de vidrio especial llena de un líquido de cultivo, cuyo embrión era luego transferido al útero).
Sin embargo, la fertilización in vitro aún es poco accesible a la mayoría de la población mundial por su elevado costo, tiene una fútil tasa de éxito que ronda el 25/30 por ciento (en mujeres que promedian los 30 años, cuanto más grandes, menor el resultado), es extremadamente frustrante para los pacientes y los drena física, económica y emocionalmente.
La historia de la familia Brown
Lesley y John Brown residían en Bristol (Inglaterra) sin muchos recursos, llevaban casi una década buscando ser padres, pero no lo lograban.
Lesley entró en una profunda depresión y el médico de cabecera vio muy claro que el origen de la misma era precisamente ese, la imposibilidad de quedarse embarazada. Le remitió al ginecólogo y, éste, a su vez, le habló de un equipo médico que estaba trabajando en un proyecto de fertilidad muy novedoso. Lesley y John acudieron a ellos y el resultado fue un impresionante logro de la ciencia y también para millones de familias en todo el mundo.
Se habían sometido al primer tratamiento FIV (fecundación in vitro) de la historia y, tras el primer intento, concibieron a su primera hija, Louise, que nacería mediante cesárea el 25 de julio de 1978.
La noticia acaparó los diarios y televisión en todo el planeta. Había tantas personas esperanzadas con el logro de esta humilde pareja.
Sin embargo, tuvieron que pasar varias décadas para el reconocimiento del impresionante logro que habían protagonizado, un reconocimiento que llegó, en 2010, en forma de Premio Nobel a los médicos que hicieron posible el nacimiento de Louise: el fisiólogo Robert Edwards, el ginecólogo Patrick Steptoe y Jean Purdy, quien se convertiría en la primera embrióloga del mundo.