Decenas de miles de personas asistieron este jueves en la plaza de San Pedro al funeral del papa emérito Benedicto XVI, que fue presidido por Francisco, su sucesor, en una ceremonia inédita en la historia reciente de la Iglesia católica.
“Es el pueblo fiel de Dios que, reunido, acompaña y confía la vida de quien fuera su pastor”, planteó Francisco durante la homilía de la misa dedicada al pontífice alemán.
Al despedirlo, destacó que Benedicto XVI tuvo “sabiduría, delicadeza y entrega”.
Los restos de Joseph Ratzinger, elegido en 2005 hasta su histórica renuncia en 2013, reposaban desde el lunes junto al Altar de la Confesión y el baldaquino de Bernini, en el crucero de la basílica.
Hasta allí llegaron los fieles, que entraron en forma ordenada y esperado su turno en largas filas dispuestas en las mediaciones de la plaza de San Pedro. Asistieron más de 400 obispos, 4000 sacerdotes y monjas y 1000 periodistas.
En la ceremonia participaron dos delegaciones oficiales, de Italia y Alemania, país natal del papa emérito, también se hicieron presentes autoridades de otros países, pero a título personal, debido a que no fue un funeral de Estado.
La delegación italiana estuvo encabezada por el jefe del Estado, Sergio Mattarella, y la primera ministra, Giorgia Meloni, al igual que la alemana, que estuvo presidida por el presidente, Frank-Walter Steinmeier, y el canciller, Olaf Sholz.
Donde descansan los restos de Benedicto XVI
Al final del funeral, el cuerpo de papa emérito-fallecido el 31 de diciembre a los 95 años- fue colocado en un ataúd recubierto por otros dos: el exterior, de madera de olmo; el del medio, de plomo y el interior, de madera de ciprés.
Según informó la prensa italiana, en el féretro se colocaron las monedas y medallas acuñadas durante su pontificado, los palias que usó durante su carrera eclesial y el “rogito”, un resumen de su historia como Papa.
El ataúd fue llevado a las grutas vaticanas, que albergan las tumbas de todos los papas fallecidos. El nicho en el que reposa Joseph Ratzinger es el mismo que había pertenecido a Juan XXIII y Juan Pablo II, cuyos restos fueron trasladados al interior de la Basílica de San Pedro luego de sus respectivas canonizaciones.