Opinión

Apogeo del pensamiento acrítico

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Por: Walter Anestiades

Apogeo del pensamiento acrítico

Si varios factores tienen que hacer sistema en sincronía para que una mentalidad incapaz de poner en tela de juicio sus creencias se convierta en dominante, pues eso se logró de nuevo. Siempre hubo apoyos acríticos pero nunca encontraron tantos canales como ahora para manifestarse con su caradurez. La irracionalidad volvió a ponerse el disfraz de la racionalidad al tiempo que, como lamentable paradoja, es indudable que la duda está en retroceso.

En lo político esto se verifica con la misma rapidez que solía ser patrimonio del fútbol. Plagado está de personas que defienden todo lo que dice y lo que hace un gobierno, incluso si ese mismo gobierno dice y hace lo contrario. ¿Qué el estado clientelar tiene mucho que ver? Seguro. Pero  también hay mucho bobo ad honorem.

Cuesta asegurar si los líderes crean a sus propios fanáticos o si los fanáticos crean a sus propios líderes. En la Argentina del siglo XXI Cristina Fernández, viuda de Kirchner, representa a cientos de miles de adoradores sin causa que hablan de ella como una mujer prodigiosa que siempre hace todo bien, incluso cuando lo hace mal. Por supuesto, sería necio pretender que el universo de fanáticos está habitado solo por kirchneristas. Tan necio como negar que son el mejor ejemplo del mal ejemplo. Se lo ganaron.

El pasado demuestra que el ejercicio de leer no nos pone a salvo de terminar apoyando a  delirantes en sus delirios. Pero el abandono de la lectura, menos. Y también sabemos que las redes sociales, aparte de sus bondades, entronizan a un tipo de consumidor de artículos y noticias que no lee aquello de lo que opina. Algunos medios tradicionales, en su desesperación financiera, permiten que suscribiéndote por unos pocos mangos mensuales, tengas la opción de ponerte un pasamontañas para entrar en sus ediciones digitales  a escribir anónima e impunemente la barbaridad que se te dé la gana.

Cosas como éstas configuran un clima de época sumamente propicio para que los apoyos críticos se conviertan en una nostalgia. Cualquiera tiene derecho a sentirse representado por un gobierno y defenderlo. Pero estar persuadido de que el modo de hacer un país más justo es disciplinar como sea a los que juzgo responsables de las injusticias y simpatizar con la fantasía de eliminarlos, es una salvajada que la Argentina ya probó. Siempre con resultados lamentables.

Cuando la derecha no se bancó que la transparencia electoral le arruinara los planes derrocó a Irigoyen, armó un país en el que se firmó un tratado que nos convertía en colonia inglesa, y hasta un sicario no tuvo problemas en entrar al mismísimo senado a tirotear al único legislador que lo denunciaba: Lisandro de la Torre. Ese es el país “modelo” que dicen añorar nuestros liberales del siglo XXI. Tampoco se tuvo vergüenza en usar aviones de las fuerzas armadas para bombardear Plaza de Mayo y matar a muchos compatriotas para sacar a Perón. Al que terminaron, en nombre de la libertad, prohibiendo nombrarlo. Después el peronismo parió a la “Triple A” y a los montoneros, nada menos. Vamos, que la historia argentina, cuando se la conoce un poco, no da para apoyar ciegamente a nadie.

Pero frente a un fanático no hay nada que se pueda hacer y no hay nada que se pueda decir para que chequee un poquito qué clase de macanas está defendiendo. Se conforma con lo que cree y se acabó.     

El país es nuevamente manejado por una mujer que clama por venganza y que acumula el poder necesario para intentarla. Todo acto de gobierno va en esa dirección y hasta acá no hay checks and balances ni barón de Montesquieu que la controle. Hace demasiados años ya que Cristina Kirchner cree que está por encima de todo y de todos y actúa en consecuencia. Y sus seguidores también. Por cierto, hay que subrayar que en la Argentina de hoy ciertas cosas no pasan a mayores solo porque la oposición suele poner la otra mejilla.

Ni siquiera una pandemia que derivó en cuarentena admite apoyos críticos. De este lado están los que defienden la vida, dicen. Y de este otro lado los que defienden la muerte, dicen, casi tocando el techo de la estupidez humana. El mismo techo del que quedan cerca de tocar los que postulan que el coronavirus es una pavada.

Todo funciona así. No hay espacio para los matices. Tener convicción y defender una idea con pasión está muy bien. Limitarse a tener una sola es lo que está mal. Si fuera una fecha del campeonato de fútbol, sería evidente que el slogan goleó a la idea, el videograph derrotó a la atención, la síntesis eliminó a la profundidad, el entretenimiento venció en tiempo suplementario a la toma de conciencia, la pereza mental le dio vuelta el partido al esfuerzo intelectual, y el clásico del pensamiento quedó en manos de los acríticos.

“Quién no quiere pensar es un fanático. Quién no puede pensar es un idiota. Y quién no osa pensar es un cobarde”, sostenía el filósofo Francis Bacon.

Siempre fue peligroso tener a fanáticos, idiotas y cobardes, todos juntos.

Y en un mismo gobierno.

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