Opinión

¿El dato mata el relato?

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En tiempos donde la desinformación es una política pública, la batalla discursiva se presenta aún más dura y demanda mayores esfuerzos. ¿Cómo se combate el discurso oficial? ¿Alcanza solo con los números?

¿El dato mata el relato?
Imagen vía mdzol

En la Argentina se instauró, desde hace algunos años, un modelo biocoalicionista que presenta dos espacios con diferencias bien marcadas en materia política y económica, pero también en términos identitarios. La construcción de la narrativa que existe alrededor de cada una de las dos coaliciones difiere en muchos aspectos y cada una se apoya en su propia verdad. Mientras que el kirchnerismo impuso entre 2003 y 2015 un relato como eje ordenador -y hoy intenta hacer lo propio sin éxito-, Juntos por el Cambio se formó como la consolidación de un espacio heterogéneo que encontró, antes que nada, un discurso contra identitario, para luego sí darle paso a la generación de una identidad propia. Este proceso hizo que, con el correr del tiempo, se instale el “dato mata relato” en cada intervención o respuesta, pero, paradójicamente, sin ningún tipo de evidencia real de que el dato verdaderamente sea determinante.

En el agrietado escenario político en el que vivimos reconocerle virtudes a tu adversario te transforma, para muchos, automáticamente en eso que no querés ser. Está claro que no es así y son, los que pueden aprender de errores propios y ver aspectos positivos en el otro, quienes alcanzan el verdadero éxito. En su autodenominada década ganada, el kirchnerismo supo construir un relato que penetró con fuerza en la opinión pública. Acompañado por indicadores económicos positivos en sus primeros años pudo hacerlo con éxito, a tal punto que todavía hoy le permite gozar de un tercio del electorado. Ahora, en la cuarta experiencia K que estamos viviendo, y frente una gestión que no brinda resultados, el oficialismo eligió desinformar como método para defender la gestión. Hay decenas de ejemplos que así lo demuestran y esto, entre otras cosas, interpela a Juntos por el Cambio. 

La obsesión del kirchnerismo por controlar la opinión pública y contrarrestar a los denominados medios hegemónicos hizo que la potencia del discurso oficial hoy sea otra a la que era en mayo de 2003. No solo por el impulso a los medios estatales, sino también por la creación, a partir de la expansión de la pauta publicitaria durante esos primeros 12 años, de nuevos espacios en formatos tradicionales y plataformas tecnológicas en manos de empresarios afines. Quien gobierne la Argentina cuenta con más herramientas para marcar la agenda y predominar en la opinión pública que antes de la llegada del kirchnerismo hace 19 años. Que el fuego amigo que existe hoy dentro del oficialismo impida aprovechar esto al máximo ya es un capítulo de otra historia.   

Probablemente la falta de un plan estratégico en materia comunicacional puede hacer creer a muchos que con los números se puede combatir el discurso oficial. El desorden es tal que no es prohibitivo pensar de esa manera, sin embargo, frente a una gestión de gobierno decididamente contraria a los datos y más preocupada por las interpretaciones que por los hechos en sí, apelar solo a la evidencia empírica para contrarrestarla no alcanza. Los números por sí solos no valen nada porque no convencen a nadie, o al menos a muy pocos. Y para fabricar mayorías hay que persuadir y convencer. Al dato mata relato que se impone como contraofensiva hay que acompañarlo de una narrativa que enarbole pilares identitarios y sea una plataforma sólida donde resguardarse. Juntos por el Cambio debe apoyarse en la libertad, la defensa de la república y sus instituciones, la instauración de un modelo productivo e integrado al mundo, el valor de la propiedad privada y el trabajo como política social -por nombrar solo algunos- en cada debate, exposición o alocución, con el objetivo de contribuir en la elaboración de una identidad que, a veces, a juzgar por internismos y posturas como la adoptada frente a las reelecciones indefinidas en la provincia de Buenos Aires, parece desdibujada.

Si efectivamente con el dato solo alcanzara, el relato kirchnerista hubiera dejado de existir y no permanecería -como demostraron las últimas elecciones- en el inconsciente colectivo de un 30% del país. Si bien es poco para el Peronismo unido, todavía es mucho para la pésima gestión de una vieja orquesta que se reunió nuevamente años después, con falsas credenciales de moderación, dispuesta a todo con tal de imponerse internamente. Las pocas banderas que levantaba el oficialismo tras el período 2003-2015 se derrumbaron. Quienes aseguraban defender la educación pública y a los trabajadores eligieron cerrar las escuelas y establecer una cuarentena eterna donde nadie pudo trabajar.

La connotación negativa que se le buscó dar a la palabra relato sirvió hace algunos años para exponer una construcción maniquea de los hechos. La actual utilización de la evidencia empírica para dar respuesta es hoy el estadio superior a esa primera reacción. El próximo paso, con el objetivo 2023 en la mira, demanda construir una narrativa consistente que le de vida propia a los números.

*Por Sebastián Chiappe, Magister en Políticas Públicas. Especialista en comunicación política.

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