El próximo 10 de diciembre esa forma de gobernar que es el feudo renovador, apoyada por esa forma de vivir que es el indolente que los banca con su voto, cumplirá diecisiete años. Una fecha que encuentra a Misiones como siempre porque, a diferencia de lo que ocurre con la existencia de las personas, en las autocracias el tiempo sí se detiene.
Mientras los indolentes escuchan la narración del nuevo cuento (la creación del área especial aduanera que logrará que “en la provincia los precios bajen un cincuenta por ciento”, según Rovira), el verano viene con la mochila recargada. Trae las penurias de siempre y más también.
En la foto que ilustra este texto, podés ver al arroyo Ramón. Con un caudal bien amarrete que es producto de la sequía, claro, pero también de la deforestación indiscriminada del monte nativo, que está siendo reemplazada por pinales que no son lo mismo. Y eso que Misiones tiene un Ministerio de Ecología, a cargo del exalcalde de Apóstoles Mario Vialey (¿otro funcionario que no funciona?, como diría alguien por ahí). El arroyo Ramón es uno de los proveedores de agua potable para Oberá y sus adyacencias.
Hace seis años te contamos y te mostramos que en Oberá el agua que alimenta a las piletas del Parque Termal se desagotaban hacia el monte a través de una alcantarilla. Con el absurdo que deriva de tirar litros y litros de agua al tiempo que muchos obereños no tienen ni para pegarse una enjuagada que los refresque. Hoy por hoy el agua se arroja a un lago artificial dentro del predio. Pero en la práctica, como el agua no se potabiliza, se sigue desperdiciando. ¿Por qué? Nunca se invirtió en la infraestructura necesaria para que se pueda reutilizar.
El verano traerá falta de agua, cortes de luz, cuarenta grados a la sombra, cada tanto, tormentas que se llevan lo poco que muchos tienen, y una miseria económica que tiene que ver con el pasado pero también con el presente. Además de una pandemia que, a pesar de lo que unos cuántos quieren creer, no se fue. Y el dengue.
Pero no es cierto que no se pueda hacer nada frente a estos problemas. “No culpes a la lluvia”, canta Luis Miguel. Se puede y se pudo. Pero Rovira y sus lacayos de la provincia y de los municipios hacen lo que quieren sin que nadie los controle. Así es un feudo. Avalados por la mayoría de un pueblo que tiene pereza mental y falta de voluntad para moverse y exigir la calidad de vida que deberían tener en vez de conformarse con la nada envidiable que tienen. Así son los indolentes.
Además de los problemas tradicionales que no deberían haber llegado a ser tradicionales, vienen otros. Que con gobernantes recitando poesía mientras la sociedad vive su prosa, también podrían llegar para quedarse.
“Somos lo que hacemos para cambiar lo que somos”, postulaba Eduardo Galeano.
Con una dirigencia opositora muy cómoda, calladita la boca y metida en el negocio de perder. Con una sociedad indolente que legitima la inacción de los funcionarios. Con gente que es espectadora de su propia vida, la indolencia se prepara para festejar otro cumpleaños.
¿Y cómo festejan los indolentes?
No haciendo nada.
Por Walter Anestiades para www.misionescuatro.com