Política

A 20 años de la Masacre de Avellaneda: las ejecuciones de Kosteki y Santillán

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Se cumplen dos décadas del infame asesinato de los jóvenes que participan de una protesta en reclamo de puestos de trabajo, por parte de efectivos de la policía bonaerense. Los registros de dos fotógrafos permitieron hallar a los policías culpables, que continúan en prisión.

A 20 años de la Masacre de Avellaneda: las ejecuciones de Kosteki y Santillán

BUENOS AIRES. El 26 de junio de 2002, los dos jóvenes que participaban de una movilización en Avellaneda fueron asesinados por la policía bonaerense. A Kosteki le dispararon por la espalda cuando intentaba refugiarse en la estación de trenes y a Santillán lo ejecutaron a sangre fría cuando intentaba socorrerlo. Los registros de dos fotógrafos permitieron hallar a los policías culpables, que continúan en prisión.

“En cinco minutos tienen que despejar la zona”, advierte el comisario inspector de la policía bonaerense Alfredo Fanchiotti a la primera línea de manifestantes que avanza hacia el Puente Pueyrredón, según publicó Infobae, este domingo, a 20 años de la Masacre de Avellaneda. En menos de cinco minutos, la policía empezó a disparar, es casi enseguida, postas de goma y postas de plomo.

Las ejecuciones de los piqueteros, a sangre fría

Los manifestantes se dispersan y corren, no hay manera de hacerle frente a las balas con palos, mucho menos si los cartuchos verdes que van cayendo sobre el cemento después de cada disparo no son solo verdes, los que identifican a las balas de goma, sino también rojos, los de la munición de plomo, la que mata. Nunca fue un enfrentamiento, sino, lisa y llanamente, represión policial.

Así, ese 26 de junio, la multitud corre hacia el lado del puente que desemboca en la provincia con la policía disparando detrás. Los manifestantes se dividen por las avenidas Mitre, Belgrano y Pavón. Sobre esta última, a la altura de la Estación Avellaneda del Ferrocarril Roca, Maximiliano Kosteki, de 22 años, oriundo de Guernica, cae herido de un balazo en la espalda.

Entonces, sus compañeros de la Coordinadora de Trabajadores Desocupados “Aníbal Verón” lo arrastran adentro de la estación para protegerlo. Entre ellos hay un chico de 21 años que se llamaba Darío Santillán. Es del Barrio Don Orione y es uno de los encargados de la seguridad de los manifestantes.

Dentro de la estación, tres o cuatro jóvenes intentan auxiliar a Maximiliano, que está herido de muerte. Fue entonces cuando llegan un grupo de policías encabezado por el comisario Fanchiotti y el cabo Alejandro Acosta. Los pibes huyen. Todos menos Darío Santillán que, agachado junto a Kosteki, levanta una mano. Los policías lo obligan a levantarse y, cuando está de espaldas, le disparan.

El intento de encubrir el crimen policial

Después, dos policías intentan levantarlo, mientras Santillán se retuerce en el suelo. Le gritan “¡levantate, levántate!” y lo arrastran porque no puede. Mientras lo arrastran va dejando un reguero de sangre en el hall de la estación hasta que lo dejan tirado al lado de un kiosco.

Los policías no limpian la sangre sino la escena. Recogen, apurados, los cartuchos rojos que identifican a las postas de plomo. Así podrán decir que hubo un enfrentamiento entre dos sectores de piqueteros para explicar las muertes de los dos jóvenes.

Porque Maximiliano Kosteki y Darío Santillán están muertos. Fueron asesinados por la policía el mediodía del 26 de junio de 2002 en Avellaneda.

La crisis del 2002

Ese 26 de junio era un día de protestas, uno más en una Argentina que había estallado seis meses antes, junto con la ilusoria burbuja de la convertibilidad. Con altísimos niveles de desempleo, una inflación altísima, dólar disparado y por los efectos de un ajuste, la economía estaba en llamas. Y el hambre había multiplicado las protestas.

Por entonces, Eduardo Duhalde era ahora el presidente provisional, un senador elegido por sus pares para ejercer la presidencia hasta terminar el mandato que le hubiera correspondido a De la Rúa.

Ese 26 de junio, a media mañana, piqueteros de diferentes organizaciones confluyeron en la avenida Pavón, en Avellaneda, para subir al Puente Pueyrredón, entrar a la Ciudad de Buenos Aires y marchar a hacia la Plaza de Mayo.

Las columnas de la Coordinadora de Trabajadores Desocupados Aníbal Verón, del Movimiento Independiente de Jubilados y Desocupados y de Barrios de Pie marchaban hacia la subida del puente donde tenían pensado confluir con otra columna, encabezada por el Bloque Piquetero Nacional (BPN) que avanzaba desde la calle Alsina.

Luego de recorrer las cuatro cuadras que separan la Estación Avellaneda del Puente Pueyrredón, las columnas se encontraron con un grupo de policías a cargo del comisario inspector Fanchiotti, que formaba parte de un fuerte operativo policial que tenía la orden de que los manifestantes no debían cruzar el puente.

Allí comenzó la represión que, al final del día, no sólo dejaría como saldo fatal los asesinatos de Kosteki y Santillán sino también más de treinta manifestantes heridos.

La versión oficial del gobierno

El gobierno intentó despegarse de las muertes ese mismo día y habló de un “complot”, con el que trató de responsabilizar a los piqueteros de sus propias muertes. “Los piqueteros se mataron entre ellos” fue la primera versión oficial.

Se sostenía porque, antes de abandonar la estación, los ejecutores de las muertes de Kosteki y Santillán “limpiaron” el hall de los cartuchos rojos (de las postas de plomo) para que no quedaran huellas de su participación en la masacre.

El secretario de la presidencia, Aníbal Fernández, habló de informes de inteligencia que sostenían que los piqueteros habían hablado de iniciar una lucha armada en una asamblea. “En esa asamblea se habló de lucha armada. En esa asamblea se definió un plan de lucha que no es otra cosa que un cronograma de hostilidades”, dijo.

El gobernador de la provincia de Buenos Aires, Felipe Sola, de quien dependía la Bonaerense, tuvo un diálogo ese mismo día con la Madre de Plaza de Mayo Nora Cortiñas, que lo interpeló por la represión. “Mire Nora, ese es un enfrentamiento entre pobres contra pobres, quédese tranquila”, le respondió y horas más tarde recibió en su despacho al comisario Fanchiotti, a quien felicitó por su desempeño.

El desenmascaramiento gracias a dos fotógrafos

Sin embargo, la versión se sostuvo menos de 24 horas y fue desbaratada por el trabajo de dos fotógrafos que estaban cubriendo la manifestación: Sergio Kowalewski y Pepe Mateos.

Mateos entró al hall de la estación y vio a Kosteki tirado en el piso. “Lo veo y automáticamente pienso que está muerto”, contará después. Vio cómo los manifestantes abandonaron corriendo la estación. Y cómo Santillán se quedó al lado del cuerpo de Kosteki. En ese momento irrumpió el grupo de policías encabezado por Fanchiotti y el cabo Alejandro Acosta. El fotógrafo vio cómo mientras los demás agentes se movían separados unos de otros, Fanchiotti y Acosta operaban juntos.

Levantó la cámara y comenzó a gatillar. Así registró la secuencia del ingreso de la Policía bonaerense a la Estación Avellaneda y el asesinato sin contemplaciones de Santillán mientras socorría a Kosteki, ya fallecido y tendido en el suelo. Desde otro ángulo, Kowaleswski también registró el accionar de la policía.

Las fotos de Kowaleski fueron publicadas al día siguiente en Página/12, las de Mateos en Clarín. Las imágenes no dejaban dudas de la ejecución a sangre fría y por la espalda de Santillán, otras fotos mostraban a Fanchotti arrastrando su cuerpo por el piso de la estación. Los dos fotógrafos también registraron los cartuchos rojos esparcidos por el suelo –antes de la “limpieza” organizada por los policías. Y no dejaron dudas de que habían usado municiones de plomo.

Así la “masacre de Avellaneda” quedó al desnudo y desató una crisis política que obligó a Eduardo Duhalde a convocar elecciones anticipadas para abril de 2003. Y dejar de lado su pretensión de presentarse para un nuevo mandato.

Las condenas a los policías

La investigación de los hechos quedó a cargo del fiscal Juan José González, quien ordenó requisar las armas de más de cien policías para identificar a quienes había realizado los disparos mortales. Se comprobó que fueron las de Fanchiotti y Acosta.

El juicio comenzó el 27 de mayo de 2005 y la sentencia se dictó el 9 de enero de 2006. El Tribunal Oral N° 7 de Lomas de Zamora condenó a Fanchiotti y Acosta a cadena perpetua por doble homicidio y siete intentos de homicidio.

El comisario Félix Vega y los principales Carlos Quevedo y Mario De la Fuente fueron sentenciados a cuatro años de prisión por encubrimiento agravado. Los otros dos acusados de encubrimiento, el oficial Gastón Sierra y el cabo Lorenzo Colman, fueron condenados a tres y dos años de cárcel, respectivamente.

El expolicía Celestino Robledo recibió la pena de diez meses por “usurpación de autoridad”, ya que actuó en la represión, aunque ya no era policía. Las sentencias fueron confirmadas por la Suprema Corte de Justicia bonaerense en diciembre de 2014 y ratificada en 2016 por la Corte Suprema de Justicia de la Nación.

Veinte años después de los asesinatos Acosta y Fanchiotti siguen presos en la Unidad N°11 de Baradero, provincia de Buenos Aires. En dos ocasiones, los últimos años solicitaron que se les concedieran salidas transitorias y la libertad condicional. La Justicia no se las concedió.

Mientras tanto, la familia de las víctimas y las organizaciones sociales exigen el juicio y castigo a los responsables políticos de la Masacre de Avellaneda.

Desde hace años, la antigua estación Avellaneda del Ferrocarril Roca lleva el nombre de Maximiliano Kosteki y Darío Santillán.

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