[vc_row][vc_column][vc_column_text]El escritor, que dimitió en 2005 como jurado del Planeta, recuerda la experiencia y tercia en el debate sobre los premios privados. “No me arrepiento de lo que hice”, dice, “volvería a hacerlo”.[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column][vc_single_image image=”91043″ img_size=”full” add_caption=”yes” alignment=”center”][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column][vc_column_text]Juan Marsé (Barcelona, 1933), Premio Cervantes 2008, autor de Últimas tardes con Teresa y Premio Planeta 1978 por La muchacha de las bragas de oro, protagonizó en 2005 una de las polémicas más sonadas en la historia de los premios comerciales en España cuando dimitió como jurado del galardón más dotado después del Nobel (601.000 euros) tras declarar sobre las obras presentadas a concurso: “El nivel de calidad media de este año no sólo es bajo, es subterráneo”. En esta breve entrevista recuerda aquella experiencia y se suma al debate de Babelia sobre el papel de los premios comerciales literarios en España.
PREGUNTA. En 2005 dimitió como jurado del premio Planeta. ¿Cómo fue el proceso que le llevó a tomar la decisión?
RESPUESTA. La experiencia vivida el año 2004 como miembro del jurado fue muy negativa, muy frustrante. Después de apechugar con el fallo de aquel año, una novela de la señorita Lucía Etxeberría bochornosamente inane y elogiada por casi todos, ante la actitud servil del jurado me plantee dimitir. No solo por la novela en sí, que no era peor que otras igualmente distinguidas, sino por el sospechoso empeño del jurado en otorgarle méritos que no tenía y en premiarla por esos méritos. Sin embargo, pensé que quizás todo podría arreglarse y decidí esperar a ver cómo se presentaba el premio del año siguiente. Y al año siguiente todo se presentó igual, con otra novela candidata a premio tan fastidiosamente cursi y pelmaza como la anterior. En octubre, poco antes del fallo del jurado, solicité una reunión con José Manuel Lara, presidente del grupo Planeta, y con el secretario del jurado, Manuel Lombardero, y les expuse las razones por las que deseaba dimitir. No me sentía cómodo, no quería hacer el papelón de florero ni de crítico exquisito. Mejor dejarlo. Era en octubre. Lo primero que me pidió Lara fue que, dada la proximidad de la concesión del premio, reservara la noticia de mi dimisión a la prensa hasta días después de la entrega, y que por favor asistiera a la fiesta con los demás jurados. Le dije a Lara que sólo seguiría si él aceptaba algunos cambios que afectaban a la fastidiosa parafernalia del premio: el primero, que me dispensaran por lo menos de la parodia de rueda de prensa en el Palau de la Música que se convocaba días antes de la concesión del premio, convocatoria cuya finalidad era meramente propagandista, incluido el generoso obsequio de la editorial a los periodistas, y en la que sólo hablaba Carlos Pujol en calidad de portavoz del jurado para decir año tras año las mismas obligadas mentiras. “Los originales recibidos este año son de un altísimo nivel literario”, anunciaba. Yo no tenía el menor deseo de poner en evidencia al pobre Pujol, un hombre discreto e inteligente pero cuando un periodista me preguntó inesperadamente (Lara me había dicho que en las ruedas de prensa previas al premio los periodistas casi nunca preguntaban nada, y me lo aseguró con media sonrisita y con esa convicción del que domina una tropa previamente domesticada) por el nivel medio, no me dio la gana de mentir y declaré: “El nivel de calidad media de este año no sólo es bajo, es subterráneo”. En la última reunión con Lara también le pedí que el jurado pudiera disponer no sólo de las cinco novelas seleccionadas para premio por el comité de lectura sino un listado de todas las obras presentadas, porque al comité de lectura que hacía la selección, de una incompetencia escandalosa a juzgar por los informes que me entregaron junto con las novelas, podía escapársele alguna obra interesante. Esos textos sobrevaloraban sin el menor criterio literario las obras finalistas y predisponían erróneamente al jurado. Lara me prometió que sí. Yo permanecería en el jurado a cambio de una serie de condiciones: que para el premio del año siguiente, 2005, el portavoz no hablara a los medios en mi nombre y dejarme a mi decir lo que crea conveniente sobre las obras presentadas, tanto en público como en privado, y no verme obligado a desfilar ni a exhibirme en la pasarela y poder votar en blanco, negando mi voto para premio a novelas que son un insulto al jurado, a las expectativas de los demás concursantes y al mismo premio. Lara insistió en que el premio Planeta no podía declararse desierto, pero prometió atender mis peticiones con vistas a la convocatoria del año siguiente. Sin embargo, llegado el momento no cumplió ninguna de las promesas e inmediatamente después de la concesión del premio, dimití. Fueron dos experiencias nefastas en dos años, uno detrás de otro, que además muy poco o nada tuvieron que ver con la literatura, ya que me tocó apechugar con los ridículos engendros novelísticos pergeñados por las señoritas Lucía Etxebarría y Mari Pau Janer. ¡No me negarán que es mala suerte! Pero conste que no me arrepiento de lo que hice. Volvería a hacerlo.[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column][vc_single_image image=”91044″ img_size=”full” add_caption=”yes” alignment=”center”][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column][vc_column_text]P. ¿Existen premios honestos?
R. Por supuesto que existen premios honestos, y hablo por experiencia. He sido jurado del premio La Sonrisa Vertical y del premio Tusquets y puedo afirmar que se otorgan honestamente. Pero la experiencia más lamentable la viví en La Habana con el caso Padilla, como miembro del jurado de los Premios de La UNEAC. Habíamos otorgado el premio de poesía a Heberto Padilla, pero ese premio no era del agrado del régimen cubano, que nos pidió anularlo. Tuvimos varias discusiones con intelectuales y funcionarios cubanos, incluso una con Fidel Castro (de noche y en una cancha de baloncesto donde él se entrenaba) y nos negamos a retirar el premio. En La Habana fui testigo, en relación con este desdichado asunto, de actitudes y declaraciones vergonzosas y cobardes (por ejemplo Nicolás Guillén, presidente de la UNEAC) y otras nobles y arriesgadas (Lezama Lima, en un valiente discurso). Toda una experiencia.
P. Los premios literarios nacieron con la aspiración de descubrir a nuevos autores y darles tiempo para escribir. ¿Mantienen esa vocación? ¿El elevado número de premios que se conceden en España ha hecho que pierdan su valor?
R. Creo que en la dinámica editorial de algunos premios, los afanes comerciales se han hecho más evidentes y descarados: los más veteranos y consagrados, el Nadal y el Planeta, por ejemplo, no parecen tener el menor interés en descubrir nuevos valores, prefieren no arriesgar y premiar a autores de la casa, importando muy poco que la novela premiada aporte o no valores literarios. Las editoriales que sí arriesgan con nombres nuevos serían las pequeñas… antes de ser engullidas por las grandes. La literatura tiene poco que ver con las ventas y con los premios obtenidos o no. El tiempo es el que dicta sentencia. Lo que vale queda y lo que no no por muchos premios que haya tenido. El hecho de que abunden tantísimos premios literarios en España, un país con índices de lectura tan bajos y vergonzantes, es cuando menos una extraña paradoja, y desde luego esa tan celebrada abundancia de galardones no tiene que ver con la literatura, sino con el negocio.
P. Editores y expertos destacan que los premios literarios han contribuido a crear lectores, ¿lo cree así?
R. No, en vista de los índices de lectura que tiene el país ha sido un fracaso. Hay un tipo de lector de premios evidente, de modas pasajeras, pero funcionaría igual sin premios.
P. ¿Qué han supuesto los premios en su trayectoria?
R. En su día supusieron un estímulo, sobre todo el primero. En este sentido, el premio Sésamo de cuentos, que se me concedió cuando era un aprendiz de escritor, cuando aún no tenía muy firme ni muy clara la vocación, fue el más estimulante. El más importante, el Cervantes, por supuesto, pero llega cuando uno ya no necesita estímulos.
P. ¿Usted ya no se presenta a premios?
R. No. Ahora en abril saldrá un libro de relatos pero dudo que ya me embarque en una novela larga. (EL PAÍS)
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