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Se cumple un nuevo aniversario de la muerte de Evita Perón

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María Eva Duarte de Perón se fue de este mundo el 26 de julio de 1952, bautizada como la jefa espiritual de la Nación y la abanderada de los pobres.

Se cumple un nuevo aniversario de la muerte de Evita Perón

[vc_row][vc_column][vc_column_text]María Eva Duarte de Perón se fue de este mundo el 26 de julio de 1952, bautizada como la jefa espiritual de la Nación y la abanderada de los pobres.[/vc_column_text][vc_single_image image=”115084″ img_size=”full” alignment=”center”][vc_column_text]A las 20.25 del 26 de julio de 1952 moría, en la residencia presidencial de la calle Austria, María Eva Duarte de Perón, esa mujer surgida del último peldaño social que llegó en vida a convertirse en “la abanderada de los humildes”, en detentadora de un poder negado hasta entonces al sexo femenino, en una persona amada y odiada hasta el paroxismo, que hace 65 años se convirtió en un mito que perdura hasta estos días.

Eva Duarte de Perón; “Evita”, para los millones que la amaban; “La Perona” o “esa mujer”, para los miles que la odiaban, falleció a las 20.23 pero al comunicar el fallecimiento el secretario de Informaciones, Raúl Apold, cambió la hora por la de las 20.25 por considerarla más recordable, según los revisionistas de la historia oficial, que instaló este horario como el del “paso a la inmortalidad” de la segunda esposa del general Juan Domingo Perón.

“Cumple la Secretaría de Informaciones de la Presidencia de la Nación el penosísimo deber de informar al pueblo de la República que a las 20.25 horas ha fallecido la Señora Eva Perón, Jefa Espiritual de la Nación. Los restos de la Señora Eva Perón serán conducidos mañana al Ministerio de Trabajo y Previsión, donde se instalará la capilla ardiente…”, decía el parte que el locutor J. Furnot leyó por la cadena de radiodifusión a las 21.36, ya con alguna precisión del que tal vez haya sido el velatorio más impactante de una figura pública del país.

Los archivos de imágenes muestran a una sociedad doliente, llorosa, despidiendo a la mujer que en pocos años se había instalado, con el fabuloso poder del Estado a sus espaldas, en el corazón del sector más humilde y mayoritario de la sociedad.[/vc_column_text][vc_single_image image=”119556″ img_size=”full” alignment=”center”][vc_column_text]Un fervor, una pasión que contrasta y en cierto modo explica el odio de clase que también acompañó a su imagen, tanto en vida como ya muerta. Un desprecio que tiene como íconos aquella leyenda de “viva el cáncer” escrita cuando agonizaba en una pared cercana a la residencia presidencial de entonces, donde hoy está la Biblioteca Nacional, y también el derrotero de su cadáver embalsamado, brutal y sobre todo bruto, que no hizo más que alimentar el mito, la santidad que le fue conferida en los altares populares.

“Esa mujer”, como la llamó el escritor y luego militante revolucionario Rodolfo Walsh en su magistral relato de 1966, donde imaginó la tortura psicológica del imaginario coronel que se encargó de robar y esconder el cuerpo de Evita.

Una década más tarde, en 1976, y desde la vereda no peronista de la sociedad, otra Walsh, María Elena, le dedicó un poema, que tituló sólo con su nombre “Eva”, con versos que evocaban: “Y el pobrerío se quedó sin madre llorando entre faroles sin crespones./Llorando en cueros, para siempre, solos”.[/vc_column_text][vc_single_image image=”119555″ img_size=”full” alignment=”center”][vc_column_text]La gran poetisa cerró esos versos tantas veces leídos y releídos con una reivindicación de género: “Tener agallas, como vos tuviste, fanática, leal, desenfrenada en el / candor de la beneficencia pero la única que se dio el lujo de coronarse por los sumergidos./ Agallas para hacer de nuevo el mundo. / Tener agallas para gritar basta aunque nos amordacen con cañones”.

Los Walsh, tan brillantes y tan distintos, no fueron los únicos en escribir sobre ella. Mucho más cerca en el tiempo, a pricipios de los años ‘90, el periodista y escritor Tomás Eloy Martínez publicó la fantástica novela “Santa Evita”, que daba cuenta entre ficción y realidad de la construcción del mito, del sincretismo político y religioso que signó los últimos años de vida y las décadas “post mortem” de Eva Duarte de Perón y, en cierto modo, al conjunto de la sociedad argentina.

Su imagen también fue tratada y maltratada por el cine y hasta convertida en una canción icónica, “No llores por mi, Argentina”, por la opera rock “Evita”.

Eva, Evita, esa mujer, la abanderada de los humildes, santa Evita, el ícono político y social, el mito que perdura hasta estos días, fue y es desde hace 65 años eje y objeto de obras literarias y artísticas, pero también motivo de disputas entre sectores que pugnaban por apropiarse de su imagen.[/vc_column_text][vc_single_image image=”55550″ img_size=”full” alignment=”center”][vc_column_text]“Si Evita viviera sería montonera”, decían los militantes de ese sector a principios de los ´70. “Evita capitana”, decían otros. “Evita es religión”, declamaba y proclamaba aún por los años ‘80 la añeja militante Lala Marín. Su nombre aún hoy genera polémicas y es difícil escribir sobre ella sin que desde algún sector llegue la recriminación por la omisión de algún dato o por la adjetivación de otro. Tal vez, en el fondo de las cosas, fue de todos y de nadie, como ocurre con los verdaderos mitos.

Por Daniel Casas / vm.[/vc_column_text][vc_facebook type=”button_count”][vc_tweetmeme][/vc_column][/vc_row]

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