[vc_row][vc_column][vc_column_text]Una exposición en París recoge la prenda por la que silbaron a la ministra Cécile Duflot y analiza cómo la moral y lo políticamente correcto influyen en la sociedad en cuestión de vestimenta.[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column][vc_single_image image=”95215″ img_size=”full” add_caption=”yes” alignment=”center”][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column][vc_column_text]
Un vestido de flores, un simple vestido blanco de verano con estampado de flores azules, que la exministra socialista francesa de Vivienda, Cécile Duflot, llevó en 2012 durante una intervención en la Asamblea Nacional de Francia provocó las risas y los silbidos de los diputados de la derecha. Hasta el presidente de la Cámara Baja tuvo que pedir silencio. “Quizá se ha puesto este vestido para que no escuchásemos lo que tenía que decir”, dijo Patrick Balkany, uno de los hombres de confianza de Sarkozy a la salida del pleno. Otros comentarios machistas y fuera de lugar se oyeron en la bancada del UMP (Unión por un Movimiento Popular). Más tarde Duflot, no dudó en llamar a estos compañeros trogloditas. “Nunca había visto nada igual. Esto nos puede dar una idea de cómo son en realidad los miembros del UMP. No dejo de pensar en sus mujeres casadas con estos trogloditas”.
El vestido en cuestión no tenía nada de especial. No era ni siquiera provocativo. Era un simple vestido estampado en tonos blancos y azules. Pero era un tipo de prenda con la que no estaban acostumbrados a ver a la socialista. Una prueba de que cualquier motivo sirve para dejar florecer el machismo del que tampoco se libran los políticos.
Cuando a finales de 2016, el museo de Artes Decorativas parisino pidió a Duflot su vestido para esta exposición, la exministra declaró a la cadena France 3 que la prenda pasaba ya a representar “el sexismo en política”.
Por increíble que parezca, esta anécdota no ha sido la única: los hombres tampoco escapan a las críticas y comentarios. En 1985, el exministro socialista, Jack Lang, fue abucheado por acudir a la Asamblea vestido con un traje negro de cuello Mao, del diseñador Thierry Mugler. La norma exigía a los diputados llevar corbata. La exposición Tenue correcte exigée, quand le vetement fait scandale, que se podrá ver en París hasta el 23 de abril, pretende aportar una “óptica nueva” a esos “grandes escándalos que han marcado los cambios en la historia de la moda desde el siglo XVIII hasta nuestros días”. Para ello explora cerca de 300 ropas, accesorios, pequeños objetos, retratos, caricaturas, muestras de libertad… hasta las infracciones de los códigos de vestimentas y de los valores morales tienen cabida.
Denis Bruna, curador de la exposición, escribe en un artículo para el catálogo, que la exhibición intenta responder a la pregunta de ¿cómo debemos vestirnos?. “Los pasajes poco conocidos de la historia de la moda prueban de nuevo su actualidad bajo el impulso de personalidades y de creadores de moda actuales”, explica.
Se pueden ver esas ropas demasiado cortas o demasiado largas, demasiado ajustadas o demasiado amplias, demasiado impúdicas o que cubren demasiado, demasiado femeninas para el hombre o demasiado masculinas para la mujer, que por exceso o por defecto, han transgredido el orden establecido.
En una de las salas de la exposición, vemos el vestido negro que Lady Di utilizó en su primera aparición pública en 1981, criticado por tener “demasiado escote”. En otras, las míticas minifaldas “demasiado cortas” de Pierre Cardin o Paco Rabanne, pasando por tacones y peinados “demasiado altos” del siglo XVIII, o la evolución de los pantalones masculinos de 1600 a los baggys de los años 90 del siglo XX. Sea como fuere, el exceso o lo diferente, ha molestado y sigue molestando.
Invertir los roles de género
Vestirse como hombre siendo mujer, vestirse como mujer siendo hombre. Esta manía de causar el infarto a los más moralistas y conservadores no es nueva. Ya provocaba urticarias en el siglo XVII y las sigue provocando ahora.
La heroína francesa Juana de Arco fue una de las pioneras del travestismo al vestirse de hombre para sus campañas militares. Por su parte, las primeras mujeres en imponer el pantalón dentro de su vestuario fueron las aristócratas inglesas en el siglo XVII, precursoras a las que siguieron las garçonnes y otras figuras de los años 20 y 30 del pasado siglo, como Gabrielle Chanel y sus trajes de chaqueta, o Marlene Dietrich y su famoso smoking de la película Morocco (Marruecos en español) de 1930. Una práctica que respondía simplemente a un deseo de libertad.
Y entre los smoking para mujer, ninguno tan recordado como el que diseñó Yves Saint Laurent en 1966 –época en la que nace la moda unisex–, que junto con todas estas mujeres, contribuyó a masculinizar el garde robe femenino hasta validar el pantalón como una prenda más.
Sin embargo, no era legal. Hubo que esperar a 2013 —sí, hace solo 4 años— para que la ley francesa derogara la norma de 1800 que impedía a la mujer usar pantalón. La norma decía exactamente así: “Toda mujer, deseando vestirse como un hombre, [debería] presentarse ante la prefectura de policía para obtener una autorización; [la cual] solo se entregaría bajo el justificante de un oficial de la salud […]”.
Actualmente no está prohibido, pero el hecho de que la mujer se vista con pantalones en eventos públicos sigue levantando ampollas. No faltan ejemplos de críticas a mujeres —políticas o actrices, sobre todo— que se han atrevido a usar trajes o smoking, o incluso a deshacerse de los tacones, en eventos donde los códigos marcan el vestido de fiesta y el tacón de aguja. En España, el traje negro de Purificación Garcia que lució Carme Chacón en la Pascua Militar de 2009 generó un gran revuelo. “Me aseguré de que el traje fuera protocolariamente adecuado”, aseguró tras confesar que le sorprendió la reacción de algunos sectores que la criticaron. “Nuestra Pascua Militar tiene 300 años. Por primera vez, una mujer da un discurso al Rey y algunos han creído que de lo que se debía hablar de de la ropa que llevaba la ministra”. Por aquel entonces Chacón también declaró que los que simplemente destacaron ese detalle “son los mismos a quienes no gustó nada que hubiera un Gobierno con más mujeres que hombres, que hubiera una mujer como ministra de Defensa y que, además, estuviera embarazada”.
Y aunque el pantalón ha terminado imponiéndose, mezclándose entre los vestidos y las faldas dentro del armario de las mujeres, los intentos de adoptar las prendas femeninas al vestuario masculino no han tenido el mismo éxito. Exacto, hablamos de la falda. Sigue sin ser aceptada por el miedo a que el hombre se vea feminizado y rebajado a ese rol de inferioridad que el patriarcado ha otorgado a la mujer.
Pasarelas: la transgresión y el escándalo, la norma
Es precisamente sobre las pasarelas donde han surgido un sinfín de polémicas. Desde 1980 hasta 2015, innumerables creadores han provocado el escándalo. Como los diseñadores japoneses Yohji Yamamoto o Rei Kawakubo, creadores de prendas amplias y largas, que a principios de los años 80 desafíaron con su estética nipona del non fini los códigos de la couture française. O como Thierry Mugler con el impresionante vestido bautizado “chimère” (quimera), de inspiración fantástica, lleno de colores metalizados y plumas, representando una especie de insecto, para su colección otoño-invierno 1997/1998.
Especialmente impactante fue la colección otoño/invierno 1995/1996 de Alexander McQueen, Highland Rape. El término inglés “rape”, que significa violación, junto a los cuerpos ensangrentados de las modelos y las ropas rasgadas de su colección, desataron la indignación. Sin embargo, McQueen no hacía apología de la violación, sino que, según él, simbolizaba la turbulenta historia entre Escocia e Inglaterra. Igual de chocante fue la colección primavera/verano 2000 del polémico John Galliano para Dior, inspirada en los sintecho. O más reciente, “Sphinx” para la primavera/verano 2015, de Rick Owens, cuyas creaciones dejaron apreciar el miembro masculino.
Ante estos ejemplos, también cabe preguntarse dónde está el límite. Según Bruna, “lo que es correcto para unos no lo es para otros, lo que choca a unos, no choca a otros” y “en una vida en sociedad, lo que gusta y lo que no gusta se construye a trevés de las miradas de los demás”.
¿Por qué molesta tanto salirse de los códigos de vestimenta?
Hay que vestir recatado, clásico, normal, sin llamar la atención, sin atraer las miradas de los demás. No salirse de la norma, de lo establecido, de los valores morales marcados en nuestra cultura occidental judeocristiana. Desde la Edad Media y hasta el siglo XVIII la ropa era sinónimo del pecado original. Y por eso había que vestir lo más sobrio posible.
Unos valores arraigados en nuestra sociedad que nos condicionan, lo queramos o no. ¿Cuántas veces nos hemos censurado a nosotros mismos cuando nos vestimos para ir al trabajo, a una cena con amigos o familiares, a una cita, a una entrevista, a bodas, comuniones o bautizos? ¿Cuántas veces la opción final ha sido: clásica, sin llamar la atención?
Curiosamente el título de la exposición reutiliza la frase “tenue correcte exigée” de este artículo de Le Monde sobre la prohibición del burkini en playas del sur de Francia el verano pasado. Una prohibición que hace resurgir la problemática de los valores morales, los códigos de vestimenta, el debate de enseñar o no el cuerpo, y la libertad de la mujer. Lo más contradictorio del caso es que las autoridades obligan ahora a usar el bikini como prenda adecuada para ir a esas mismas playas donde estaba prohibido 70 años antes.
“Estos debates confirman que la ropa representa un desafío que sobrepasa el simple hecho de cubrirse por cuestiones de pudor o climáticas y que conlleva una dimensión política, cultural, social y religiosa”, escribe Denis Bruna.
Los ejemplos de transgresión a lo largo de la historia son infinitos y lo que estaba bien visto antes no lo está ahora o viceversa. A cada nuevo aporte le ha acompañado un escándalo: el bikini, la minifalda, el pantalón, las plataformas, las transparencias, las pieles, los escotes… Y qué sigan. Ya lo dijeron los mismos franceses durante el Mayo del 68: “Jouissez sans entraves” (“disfrutad sin límites”). Para qué está la norma si no es para desafiarla. (EL PAÍS)
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