[vc_row][vc_column][vc_column_text]Un estudio fotográfico y químico del Museo Thyssen detalla cómo el artista cambió las piernas abiertas de su ‘Arlequín con espejo’ por un delicado cruce.[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column][vc_single_image image=”102696″ img_size=”full” add_caption=”yes” alignment=”center”][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column][vc_column_text]Coqueto, con la mano izquierda se ajusta el gorro de dos picos y con la derecha sujeta el espejito en el que se mira. Un gesto delicado al que acompaña la posición de sus piernas casi juntas, una estirada. Sin embargo, este Arlequín con espejo que pintó Pablo Picasso en 1923 no fue siempre tan sutil. El genio malagueño (1881, Málaga-1973, Mougins, Francia) lo compuso primero con las piernas abiertas, y más gruesas, en una pose viril, menos efébico que en su plasmación definitiva. Este es uno de los misterios que detalla el pormenorizado estudio fotográfico, radiográfico y químico que acaba de completar el área de Restauración del Museo Thyssen sobre una de las obras maestras de la pinacoteca. “Algo se intuía por algún estudio anterior, ahora lo hemos confirmado”, dice el director del área del Thyssen, Ubaldo Sedano.
Cuando Picasso creó este cuadro con reminiscencias cubistas, de 100 por 81 centímetros, en París, ya es un artista con peso en la pintura del siglo XX. Atrás la Primera Guerra Mundial, había una vuelta al orden en el arte, a planteamientos más clásicos, alejados de los excesos de las vanguardias. A los artistas les gustaba retratar personajes fuertes, sanos, que representasen el ideal de las razas.
“Curiosamente, a pesar de que lo protagonizaron artistas de izquierdas, este movimiento influyó en la iconografía fascista que estaba a punto de llegar”, explica Sedano. Picasso sentía entonces “una gran fascinación por la vida errante y el mundo del circo, con sus personajes disfrazados, las máscaras y por la commedia dell’arte”, añade Sedano, que apunta como “probable” que el artista utilizase un modelo para su arlequín. El historiador del arte y crítico Tomàs Llorens es de los que sostiene que tras el rostro melancólico del Arlequín había un autorretrato.
Lo que hoy se sabe es que Picasso siguió unos dibujos preparatorios y un esbozo, que modificó sobre la marcha porque vio algo que no le gustaba, una rectificación que en el arte se conoce con el vocablo italiano de pentimento. “La obra estaba demasiado aposentada, como totémica, y por eso decide cambiar la posición de las piernas y las cruza”, según Sedano, que reconoce que el resultado final crea una sensación “extraña, parece que la figura se desequilibra, pero esa tensión es la que atrapa al espectador, a Picasso le gustaban los personajes inquietantes”.
Sedano confirma que el cuadro se encontraba en muy buen estado cuando llegó a este taller compuesto por una decena de personas. El creador de Las señoritas de Avignon tenía fama de descuidado con su obra, extremo que Sedano niega. “Solo hay alguna zona con un craquelado [cuarteado] que está bastante estable”, tercia la restauradora Marta Palao. En las fotografías microscópicas tomadas se aprecia “el polvo adherido a la pintura, pero está tan pegado que era preferible no quitarlo”, explica Hélène Desplechin, técnica en imágenes digitales.
Rodríguez llama la atención sobre un último detalle que demuestra la eterna modernidad de Picasso: “La firma del cuadro, arriba a la derecha, está en relieve, como si fuera un grafitero de hoy”. (EL PAÍS)
vb[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column][vc_facebook type=”button_count”][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column][vc_tweetmeme][/vc_column][/vc_row]